A la mañana siguiente, Eragon fue a buscar a Arya para disculparse. La buscó
sin éxito durante más de una hora. Parecía que se hubiera desvanecido entre los
muchos rincones escondidos de Ellesméra. En una ocasión la atisbo al detenerse
ante la entrada del salón de Tialdarí y la llamó, pero ella desapareció sin darle
tiempo a llegar a su lado. «Me está evitando», aceptó finalmente.
A medida que iban pasando los días, Eragon se entregó a la formación de
Oromis con un celo que el veterano Jinete alababa, concentrado en sus estudios
para distraer sus pensamientos de Arya.
Día y noche se esforzaba por dominar las lecciones. Memorizaba las
palabras necesarias para crear, unir e invocar; aprendía los verdaderos nombres
de plantas y animales; estudiaba los peligros de la transmutación, cómo
convocar al viento y al mar, y la miríada de habilidades necesarias para
entender las fuerzas del mundo. Sobresalía en los hechizos que requerían
grandes energías -cómo la luz, el calor y el magnetismo-, pues poseía talento
para juzgar casi con exactitud cuánta fuerza demandaba una tarea y determinar
si superaría las reservas de su cuerpo.
De vez en cuando Orik se acercaba a mirar y se quedaba al borde del claro
sin hacer comentarios mientras Oromis enseñaba a Eragon, o mientras éste se
enfrentaba a solas con algún hechizo particularmente difícil.
Oromis le planteó muchos desafíos. Hizo que Eragon cocinara con magia,
para enseñarle a tener un control más fino de la gramaticia; el resultado de los
primeros intentos fue una masa renegrida. El elfo le enseñó a detectar y
neutralizar toda clase de venenos y, desde entonces, Eragon tuvo que
inspeccionar su comida en busca de las diversas ponzoñas que Oro-mis podía
colarle en ella. Más de una vez Eragon pasó hambre por no ser capaz de
encontrar el veneno, o de contrarrestarlo. Dos veces enfermó tanto que Oromis
tuvo que curarlo. Y el elfo le hacía lanzar múltiples hechizos de modo
simultáneo, lo cual requería una concentración tremenda para que cada hechizo se dirigiera a su objetivo y evitar que se mezclaran entre los diversos objetos que Eragon pretendía condicionar.
Oromis dedicaba largas horas al arte de imbuir materia a la energía, ya
fuera para liberarla más adelante o para conceder ciertos atributos a algún
objeto. Le dijo:
-Así fue como Rhunön encantó las espadas de los Jinetes para que nunca
se quebraran ni perdieran el filo; así cantamos a las plantas para que crezca de ellas lo que queremos; así se puede poner una trampa en una caja para que se accione al abrirla; así hacemos nosotros y los enanos las Erisdar, nuestras antorchas, y así puedes curar a un herido, por mencionar sólo algunos usos.
Éstos son los hechizos más poderosos, pues pueden permanecer dormidos mil