Eragon llevaba tanto tiempo en Du Weldenvarden que ya empezaba a anhelar
la presencia de claros, campos, e incluso montañas, en vez de aquellos infinitos
troncos de árboles y la escasa maleza. Sus vuelos con Saphira no ofrecían alivio,
pues sólo revelaban montes de un verde espinoso que se extendían sin pausa en
la distancia como un mar de verde.
A menudo, las ramas eran tan espesas en lo alto que resultaba imposible
determinar por dónde salía y se ponía el sol. Eso, combinado con el paisaje
repetitivo, daba a Eragon la sensación de estar perdido sin remedio, por mucho
que Arya y Lifaen se esforzaran en mostrarle los puntos cardinales. Sabía que,
de no ser por los elfos, podía deambular por Du Weldenvarden el resto de su
vida sin encontrar jamás el camino.
Cuando llovía, las nubes y el dosel del bosque los sumían en una profunda
oscuridad, como si estuvieran sepultados en el hondo subsuelo. El agua se
recogía en las negras agujas de los pinos y luego goteaba y se derramaba desde
treinta metros o más sobre sus cabezas, como un millar de pequeñas cascadas.
En esos momentos, Arya invocaba una brillante esfera de magia verde que
flotaba sobre su mano y aportaba la única luz en el bosque cavernoso. Se
detenían y se apiñaban bajo un árbol hasta que pasaba la tormenta, pero incluso
entonces el agua atrapada en la miríada de ramas les caía encima como una
ducha, a la menor provocación, durante las siguientes horas.
A medida que se adentraban con sus caballos en el corazón de Du
Weldenvarden, los árboles eran más gruesos y altos, y también parecían más
separados para dar cabida al mayor tamaño de sus ramas. Los troncos -palos
desnudos de color marrón que se alzaban hacia el techo entrecruzado, difuso y
oscurecido por las sombras- medían más de sesenta metros, más que cualquier
árbol de las Vertebradas o de las Beor. Eragon caminó en torno a la
circunferencia de uno de ellos y calculó que mediría más de veinte metros de
ancho.
Se lo comentó a Arya, y ésta asintió y dijo:
-Significa que estamos cerca de Ellesméra. -Alargó una mano y la
apoyó con levedad en una raíz retorcida que tenía a su lado, como si acariciara
con total delicadeza el hombro de un amigo o amante-. Estos árboles se
cuentan entre las más antiguas criaturas vivientes de Alagaësia. Los elfos los
amamos desde que vimos por primera vez Du Weldenvarden, y hemos hecho
todo lo posible para contribuir a su crecimiento. -Una tenue cinta de luz rasgó
las polvorientas ramas de color esmeralda en lo alto y bañó su brazo y su rostro
de oro líquido, cegadoramente brillante contra el fondo opaco-. Hemos
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