Desde el pasado

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Eragon se despertó al amanecer, bien descansado. Apoyó una mano en las


costillas de Saphira, y ella alzó el ala. Se pasó las manos por el pelo, caminó


hacia el precipicio que bordeaba la habitación y se apoyó en una pared lateral,


notando la rugosa corteza en el hombro. Abajo, el bosque refulgía como si fuera


un campo de diamantes porque cada árbol reflejaba la luz de la mañana con mil


millares de gotas de rocío.


Dio un salto de sorpresa al notar que Saphira pasaba junto a él,


retorciéndose como un berbiquí para ascender hacia la cubierta del bosque


hasta que consiguió elevarse y trazar círculos en el cielo, rugiendo de alegría.


Buenos días, pequeñajo. Eragon sonrió, feliz de que ella estuviera contenta.


Abrió la puerta de la habitación y se encontró dos bandejas de comida -


fruta, sobre todo- que alguien había dejado junto al dintel durante la noche. Al


lado de las bandejas había un fardo de ropa con una nota escrita en un papel. A


Eragon le costó descifrar la fluida escritura, pues llevaba más de un mes sin leer


y había olvidado algunas letras, pero al fin entendió lo que decía:


Saludos, Saphira Bjartskular y Eragon Asesino de Sombras.


Yo, Bellaen, de la Casa Miolandra, con toda la humildad te pido


perdón, Saphira, por esta comida insatisfactoria. Los elfos no cazamos, y


no hay manera de obtener carne en Ellesméra, ni en ninguna de nuestras


otras ciudades. Si lo deseas, puedes hacer como solían los dragones de


antaño y cazar lo que te parezca en Du Weldenvarden. Sólo te pedimos


que abandones tus piezas en el bosque para que nuestro aire y nuestra


agua permanezcan impolutos de sangre.


Eragon, la ropa es para ti. La tejió Niduen, de la casa de Islanzadí, y te la


regala.


Que la buena fortuna gobierne vuestros días,


La paz anide en vuestro corazón


Y las estrellas vigilen vuestro camino.


BELLAEN DU HLJÖDHR


Cuando Eragon leyó el mensaje a Saphira, ésta contestó: No importa;


después de la cena de ayer, puedo pasar un tiempo sin comer nada. Sin embargo, sí se


había tragado unos cuantos pasteles de semillas. Sólo para no parecer maleducada,


explicó.


Cuando hubo terminado de desayunar, Eragon llevó el fardo de ropa


hasta su cama, lo deshizo con cuidado y encontró dos túnicas largas y rojizas, bordadas con verde de moras de perlilla, un juego de leotardos para calentarse


las pantorrillas y tres pares de calcetines tan suaves que le parecieron líquidos


al tacto cuando los recorrió con las manos. La calidad de la tela hubiera

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