La clara mañana llegó demasiado pronto.
Eragon se despertó sobresaltado por el zumbido del reloj vibrador, cogió
su cuchillo de caza y saltó de la cama, esperando que alguien lo atacara. Soltó
un grito ahogado cuando su cuerpo aulló para protestar por los abusos de los
últimos dos días.
Pestañeando para retener las lágrimas, Eragon dio cuerda al reloj. Orik se
había ido. Debía de haberse escabullido en las primeras horas del alba. Con un
gemido, Eragon se desplazó hasta el baño para emprender sus abluciones
matinales, como un anciano afectado de reumatismo.
Él y Saphira esperaron diez minutos junto al árbol hasta que llegó un elfo
solemne de cabello negro. El elfo hizo una reverencia, se llevó dos dedos a los
labios -mientras Eragon repetía el gesto- y luego se avanzó a Eragon para
decirle:
-Que la buena suerte te guíe.
-Y que las estrellas cuiden de ti -replicó Eragon-. ¿Te envía Oromis?
El elfo lo ignoró y se dirigió a Saphira:
-Bienvenido, dragón. Soy Vanir, de la casa de Haldthin.
Eragon frunció el ceño, molesto.
Bienhallado, Vanir.
Sólo entonces el elfo se dirigió a Eragon:
-Te mostraré dónde puedes practicar con la espada.
Echó a andar sin esperar a que Eragon llegara a su altura.
El campo de entrenamiento estaba lleno de elfos de ambos sexos que
peleaban por parejas y en grupos. Sus extraordinarios dones físicos procuraban
golpes tan rápidos y repentinos que sonaban como el estallido del granizo al
golpear una campana de piedra. Bajo los árboles que bordeaban el campo,
algunos elfos practicaban a solas el Rimgar con más gracia y flexibilidad de la
que jamás sería capaz de alcanzar Eragon.
Cuando todos los presentes en el campo se detuvieron e hicieron una
reverencia a Saphira, Vanir desenfundó su estrecha espada.
-Si quieres proteger tu espada, Mano de Plata, podemos empezar.
Eragon contempló con temor la inhumana habilidad de todos los demás
elfos con la espada.
¿Por qué tengo que hacer esto?-preguntó-. No sacaré más que una humillación.
Te irá bien -dijo Saphira, aunque Eragon pudo notar que estaba
preocupada por él.
Ya.
Mientras preparaba a Zar'roc, las manos de Eragon temblaron de miedo.
En vez de lanzarse a la refriega, luchó con Vanir desde una cierta distancia,
esquivando los golpes, echándose a un lado y haciendo cuanto podía por no
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