Desde que abandonaron el puesto de avanzada de Ceris, todos los días fueron
una bruma de ensueño con tardes calurosas, dedicadas a remar para remontar
el lago Eldor y luego el río Gaena. En torno a ellos, el agua gorgoteaba por el
túnel de pinos verdes que se hundía en lo más hondo de Du Weldenvarden.
A Eragon le parecía delicioso viajar con los elfos. Narí y Lifaen sonreían,
reían y cantaban a todas horas, sobre todo cuando Saphira estaba cerca. En su
presencia, apenas miraban a otro lado o hablaban de otra cosa.
De todos modos, los elfos no eran humanos, por mucho que su aspecto
fuera semejante. Se movían demasiado deprisa, con demasiada fluidez para ser
criaturas de carne y hueso. Y cuando hablaban, solían hacerlo con largos rodeos
y aforismos que dejaban a Eragon más confundido que antes de empezar. Entre
un estallido de contento y el siguiente, Lifaen y Narí permanecían horas en
silencio, observando los alrededores con un brillo de rapto pacífico en sus
rostros. Si Eragon u Orik intentaban hablar con ellos mientras duraba la
contemplación, apenas recibían una o dos palabras de respuesta.
Así se dio cuenta Eragon de que, en comparación, Arya era franca y
directa. De hecho, parecía incómoda ante Lifaen y Narí, como si ya no estuviera
muy segura de cómo debía comportarse entre los suyos.
Desde la proa, Lifaen miró hacia atrás y dijo:
-Cuéntame, Eragon-finiarel... ¿Qué canta tu gente en estos días oscuros?
Recuerdo las epopeyas y las baladas que oí en Ilirea, sagas de vuestros
orgullosos reyes y nobles, pero de eso hace mucho, mucho tiempo y mis
recuerdos son como flores marchitadas en la mente. ¿Qué nuevas palabras ha
creado tu gente? -Eragon frunció el ceño mientras trataba de recordar los
nombres de las historias que le recitaba Brom. Cuando Lifaen los oyó, meneó la
cabeza con gesto de pena y respondió-: Cuántas cosas se han perdido. Ya no
hay baladas cortesanas y, a decir verdad, tampoco queda mucho de vuestra
historia y vuestro arte, salvo por los escasos relatos imaginativos cuya
supervivencia ha permitido Galbatorix.
-Una vez Brom nos contó la caída de los Jinetes -dijo Eragon, a la
defensiva.
La imagen de un ciervo que saltaba entre troncos podridos llegó a su
mente a través de la de Saphira, que se había ido de caza.
-Ah, un hombre valiente. -Durante un rato, Lifaen remó en silencio-.
Nosotros también cantamos sobre la Caída, pero no muy a menudo. La mayoría
estábamos vivos cuando Vrael entró en el vacío, y todavía nos duelen las
ciudades quemadas: los lirios rojos de Éwayéna, los cristales de Luthivíra. Y