La vida secreta de las hormigas

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En cuanto Oromis y Glaedr estuvieron fuera de su vista, Saphira dijo:¡Eragon,


otro dragón! ¿Te lo puedes creer?


Eragon le dio una palmada en el hombro. Es maravilloso. Desde lo alto de


Du Weldenvarden, la única señal de que el bosque estaba habitado era algún


penacho fantasmagórico de humo que se alzaba desde la copa de un árbol y


pronto se desvanecía en el claro aire.


Nunca esperé encontrarme con otro dragón aparte de Shruikan. Tal vez sí


rescatara los huevos de Galbatorix, pero hasta ahí llegaban mis esperanzas. Y ahora... -


Se estremeció de alegría bajo el cuerpo de Eragon-. Glaedr es increíble, ¿verdad?


Es tan mayor y tan fuerte, y sus escamas brillan tanto... Debe de ser dos, no, tres veces


más grande que yo. ¿Has visto sus zarpas ? Son...


Siguió así durante varios minutos, deshaciéndose en elogios sobre los


atributos de Glaedr. Pero aún más fuertes que sus palabras eran las emociones


que Eragon percibía en su interior: las ganas y el entusiasmo entremezclados de


tal manera que podían identificarse como una adoración anhelante.


Eragon trató de contarle a Saphira lo que había aprendido de Oromis,


pues sabía que ella no había prestado atención, pero le resultó imposible


cambiar el tema de conversación. Se quedó sentado en silencio en su grupa,


mientras el mundo se extendía por debajo como un océano esmeralda, y se


sintió como el hombre más solo de la existencia.


De regreso a sus aposentos, Eragon decidió no salir a dar una vuelta;


estaba demasiado cansado por todos los sucesos del día y por las semanas que


habían pasado viajando. Y Saphira estuvo más que contenta de sentarse en su


lecho y charlar sobre Glaedr mientras él examinaba los misterios de la bañera


de los elfos.


Llegó la mañana, y con ella apareció un paquete envuelto en papel de


cebolla que contenía la navaja y el espejo que había prometido Oromis. La


factura de la hoja era típica de los elfos, así que no hacía falta afilarla ni


engrasarla. Con muecas de dolor, Eragon se dio primero un baño en agua tan


caliente que echaba humo y luego sostuvo el espejo y se enfrentó a su rostro.


«Parezco mayor. Mayor y cansado.» No sólo eso, sino que sus rasgos se


habían vuelto mucho más angulosos y le daban un aspecto ascético, como de


halcón. No era ningún elfo, pero tampoco lo habría tomado nadie por un


humano púber tras una inspección cercana. Se echó atrás el pelo para destapar


las orejas, que se enrollaban para mostrar una leve punta, una muestra más de

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