Lealtad

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Eragon bostezó y se tapó la boca entre la gente que entraba al anfiteatro


subterráneo. En la espaciosa sala rebotaba el eco de un tumulto de voces que


comentaban el funeral recién terminado.


Se sentó en la hilera más baja, al mismo nivel que el estrado. A su lado


estaban Orik, Hrothgar, Nasuada y el Consejo de Ancianos. Saphira se quedó


en los escalones que partían la grada. Orik se inclinó hacia delante y dijo:


-Desde Korgan, aquí se han escogido todos nuestros reyes. Es correcto


que los vardenos hagan lo mismo.


«Aún está por ver -pensó Eragon- si la transmisión de poder se hará de


modo pacífico.» Se frotó un ojo para retirar las lágrimas recientes; la ceremonia


del funeral le había afectado.


A los restos de su dolor se superponía ahora una ansiedad que le retorcía


las tripas. Le preocupaba su propio papel en los acontecimientos inminentes.


Incluso si todo iba bien, él y Saphira iban a ganarse enemigos poderosos. La


mano descendió hacia Zar'roc y se tensó en torno a la empuñadura.


El anfiteatro tardó unos cuantos minutos en llenarse. Luego Jörmundur


subió al estrado.


-Pueblo de los vardenos, estuvimos aquí por última vez hace quince


años, cuando murió Deynor. Su sucesor, Ajihad, hizo más por oponerse al


Imperio y a Galbatorix que todos sus antecesores. Ganó incontables batallas


contra fuerzas superiores. Estuvo a punto de matar a Durza y llegó a marcar


una muesca en el filo de la espada de la Sombra. Y por encima de todo, acogió


en Tronjheim al Jinete Eragon y a Saphira. En cualquier caso, hay que escoger


un nuevo líder, alguien que nos brinde una gloria aun mayor.


En lo alto, alguien gritó:


-¡El Asesino de Sombras!


Eragon se esforzó por no reaccionar. Le agradó comprobar que Jörmundur


ni siquiera pestañeaba.


-Tal vez en el futuro, pero ahora tiene otros deberes y responsabilidades


-dijo-. No, el Consejo de Ancianos ha pensado mucho: hace falta alguien que


entienda nuestras necesidades y deseos, alguien que haya sufrido a nuestro


lado. Alguien que se negó a huir, incluso cuando la batalla era inminente.


En ese momento, Eragon percibió que los que escuchaban empezaban a


entender. El nombre brotó como un suspiro de mil gargantas y terminó por


pronunciarlo el propio Jörmundur: Nasuada. Jörmundur hizo una reverencia y


dio un paso a un lado.


La siguiente era Arya. Contempló a la expectante audiencia y dijo:
-Esta noche, los elfos honramos a Ajihad. Y en nombre de la reina

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