17. ¿Me he pasado?

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-Chad, amigo mío, necesito un pequeño favor.

- ¿Qué pasa?

-Necesito tu entrada para la convención de mi madre.

- ¿Sabes cuántos años te pueden caer por hacerte pasar por otra persona?

-Lo sé, ¿prefieres que noquee a alguien, le quite su pegatina, le ponga mi cara y me haga pasar por él?

-Eso es mucho peor tío. ¿Para qué lo quieres?

-Tengo un trabajo. Alguien que supuestamente estaba muerto, no lo está y pretende robar algo muy grande. Vamos Chad, tú sólo vas porque eres uno de los muchos abogados, además irás a ligar y a emborracharte, no vas a trabajar.

Después de unos segundos de silencio respondió.

-Ven a mi casa dentro de una hora. -Y sin dejarme tiempo a respuesta, colgó.

Chad me ayudó a terminar la carrera de abogado, pero al final yo no acabé trabajando como él para una de las mejores empresas del mundo, la de mi madre.
Iba a ir allí, nos parecíamos mucho y él era el único que sabía que tenía este trabajo. Nos hablábamos para poder hacer los trabajos más sofisticados y si me pillaban, no me cayeran más de un año y medio.

Sofisticado no es tener al juez cogido por los huevos con una amenaza, pero bueno.

Calla.

Me di una ducha rápida y me puse una camisa negra ajustada a mis músculos y un traje azul marino.

Le pedí a Fernández el coche más caro que tuvieran por el trabajo, y me dio un Porsche negro mate que me encantó, pero tuve que ponerle una manta al asiento de Frankie porque Fernández no quería que se llenara de pelos.

Frankie se montó y se recostó sobre el asiento y la manta suave que había debajo de él.

Me metí en el coche para ir a casa de Chad y puse música.

Durante el camino noté el collar y me miré repetidamente el ancla tatuada en mi muñeca. Miré a Frankie y este movió la cola, le sonreí y alejé mis pensamientos.

Cuando llegamos a casa de Chad, salí del coche y me recoloqué la chaqueta, le abrí la puerta a Frankie que salió disparado hacia la puerta y quité la manta del asiento.

Chad nos abrió la puerta en pijama y con una cerveza en la mano. Al verme acompañado me miró disgustado, yo me reí y entramos.

-Frankie ve a tu sitio, tu dueño y yo tenemos que hablar.

Le acaricié el lomo antes de irse y me fui con Chad a una habitación a la que él llamaba “su despacho”

-A parte de no poder ir, ¿tengo que cuidar del perro?

-El perro va a tener que cuidar de ti. -Le respondí
socarrón.

-Déjate de gilipolleces. Mira, aquí tienes el pase, le he puesto la foto que siempre pones, es imposible de que se den cuenta de que está cambiado. Me debes una, tío.

-Gracias, de verdad, cuando todo pase te contaré cuál era el trabajo, te lo prometo.

-Nunca prometas nada. -Me contestó más serio que nunca.

-Sí, lo siento. -Respondí evitando mirarle a la cara.

Y sin más nada que decir, me fui de la casa y me monté en el coche.

Durante el camino al evento pensé en lo que me había dicho Chad, “nunca prometas nada”

Es algo que hacemos inconscientemente, y que
creemos que podemos cumplir, pero nunca nada
es seguro. Un buen ejemplo es el de nuestro querido amigo. Su novia le prometió volver a casa después de su viaje al extranjero que duraba un año y murió en un accidente de tráfico allí mismo.

Nada es lo que parece Donde viven las historias. Descúbrelo ahora