While I see hell I smoke a cigarette

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En la inmensa oscuridad en la que se encuentra la soledad, la tristeza se cierne como una sombra silenciosa. Aunque los momentos alegres destellan en el horizonte emocional, la soledad persiste, envolviendo el alma en una melancolía insondable.

Es como fumar unos cigarrillos después del sexo, una paleta de emociones que deja un regusto amargo en la búsqueda de conexiones más profundas. Descender al abismo de la soledad es como ser el único habitante de un infierno personal. En medio de la oscuridad emocional, el alma se sumerge en un fuego interno, donde la tristeza se convierte en un compañero inquebrantable. Ser el único en ese reino desolado es experimentar la soledad de manera única, como si el propio infierno se hubiera moldeado a medida, aislándote en una danza eterna de sombras y suspiros.

La compañía de la tristeza es una danza solitaria, una sinfonía de suspiros que resuena en el silencio de la propia existencia. Aunque los momentos alegres adornen la memoria, la soledad persiste como un eco constante. Es como fumar después del éxtasis, una búsqueda interminable de significado en la penumbra emocional.

En este laberinto de emociones, la soledad teje sus hilos invisibles alrededor del corazón, recordándonos que la conexión genuina es un anhelo profundo. Los momentos alegres se desvanecen, dejando tras de sí un vacío que la tristeza reclama como su dominio.

Como el humo que se eleva de un cigarro, la soledad se enrosca en los recuerdos, eclipsando la fugaz dicha. En estos momentos, la búsqueda de la felicidad se torna en la anhelante espera de una conexión auténtica, un bálsamo para el alma perdida en la vastedad de la propia compañía.

En medio de la niebla de la soledad, el deseo de encontrar a alguna alma que se entrelacen con la mía. Cada suspiro se convierte en una plegaria silenciosa, anhelando que el destino traiga consigo un encuentro fortuito que disipe la oscuridad y llene el vacío emocional. Mientras tanto, los momentos alegres se vuelven efímeros destellos en el horizonte emocional.

Se aferran a la memoria como pequeñas chispas de luz en la noche más oscura, recordándonos que la felicidad existe y puede encontrarse incluso en los rincones más inesperados, pero la tristeza persiste, como un eco constante en el corazón solitario. Es como si cada latido estuviera acompañado por una melodía melancólica, recordándonos que la conexión genuina es un tesoro preciado y escaso en este mundo. Sin embargo, en lo más profundo de nuestro ser, hay una chispa de esperanza que se niega a apagarse. Es esa voz interior que nos impulsa a seguir adelante, a creer en la posibilidad de encontrar ese alguien especial que compartirá nuestro viaje por este laberinto emocional.

Nuestra mente suele aferrarse a esos pequeños momentos de ¿Felicidad? O mejor dicho sería placer,  aquel que se presenta en nuestras vidas de distintas formas. Por ejemplo, nos consolamos con una taza de café caliente en las mañanas soleadas, con la caricia suave del viento en nuestra piel, con el abrazo reconfortante de un ser querido, mientras fumamos esos cigarrillos en la penumbra de la soledad, nos recordamos a nosotros mismos que somos más fuertes de lo que creemos. Que esta oscuridad pasajera no define nuestra existencia, sino que nos impulsa a buscar la luz con aún más determinación.

Así que seguimos adelante, con la esperanza en nuestros corazones y el humo del cigarrillo desvaneciéndose en el aire. Porque sabemos que en algún lugar, en algún momento, encontraremos esa conexión auténtica que disipará la soledad y nos brindará un sentido renovado de pertenencia y plenitud.

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