Cap. 2

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· Lauren ·
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- Buenos días, señora Jauregui.

―Buenos días, Shannon. ¿Cómo está esta semana?

―Ha estado un poco decaída y durmiendo poco. Pero sus visitas los martes siempre parecen animarla. Está levantada y lista para usted. Creo que se encuentra en la habitación de día.

Grouper dejó de barrer el pasillo mientras me acercaba.

―Mi nieto va a estar decepcionado.

―Y esa mierda no tiene nada que ver con que no tenga juego esta semana. El maldito chico tiene el nombre de un pez

Grouper se rió y extendió su mano.

―Te viste como la mierda ayer.

―No puedes barrer ―dije, sonriendo―. Debería hablar con el administrador acerca de despedir tu viejo trasero. Parece que el lugar lo limpia un ciego. Y me tiré doscientas veintiocho yardas... eso no se ve como una mierda. Ese soy yo siendo una hija de puta espectacular.

―Marlene lavará esa boca con jabón si te oye usando ese lenguaje.

No estaba bromeando. Ella podría tener ochenta años, pero la pequeña señora todavía me daba un miedo de muerte. Cuando Willow y yo empezamos a salir, supe que era Marlene quien me cortaría las pelotas si lastimaba a su nieta, y no su gran esposo.

Pasé un minuto más intercambiando insultos con Grouper, antes de dirigirme a la sala de día para encontrar a Marlene. No tuve que buscar muy lejos. Solo había unas cuantas personas en la habitación, y la vieja bruja loca era la única que llevaba vestido de noche.

―¿Cita caliente esta noche, Marlene? ―Estaba sentada en su silla de ruedas. Me agaché y besé su frente. Tardó un minuto, pero luego sonrió con los ojos, y supe que la visita de hoy sería mejor que la de la semana pasada.

―Bueno, ¿no te ves guapa?

―Siempre me veo guapa. ―La empujé a un rincón de la habitación y coloqué la silla frente a mí antes de sentarme en el sofá.

―¿No deberías estar usando smoking?

Bueno, eso explica el vestido de noche. Como de costumbre, le seguí la corriente.

―Tuve práctica esta mañana. Me cambiaré en un rato.

Asintió.

―Dile a mi nieta que use un vestido azul. Realzará sus ojos.

Los ojos de Willow eran un cruce entre un cielo azul y el verde hierba de la primavera. Si usaba azul, sus ojos cambiaban a color aguamarina. Si usaba verde, sus ojos se volvían como peridoto. Siempre había preferido cuando no llevaba ninguno de los dos, podía mirar esos ojos todo el día, debatiendo qué color me gustaba más. A menos que el color que llevara fuera carne, entonces no eran sus ojos en lo que estaba centrada.

―Me aseguraré de que use azul.

Marlene se quedó en silencio durante unos minutos, y vi su expresión, sabiendo que iba a otro lugar. Nunca sabía a dónde nos llevaría.

―Creo que alguien robó mis dientes.

Mis cejas se levantaron.

―Tus dientes están en tu boca, Marlene.

Poco a poco, su temblorosa mano subió y se encontró con su dentadura blanca nacarada.

―Maldición. He estado buscándolos por todas partes por nada.

Mi visita siguió así durante al menos una hora, de ida y vuelta entre los temas, algunos de hace treinta años, algunos actuales. Tenía que estar en el estadio a las dos para ver la reproducción del juego. Sin querer una multa de dos mil dólares por llegar tarde a una reunión obligatoria con la línea ofensiva, me levanté para despedirme.

―¿Quieres que te lleve a algún lugar antes de irme?

―Heidelman está en la Treinta y Cuatro y Amsterdam. Puedo ir por un Reuben.

―Te traeré uno cuando vuelva la próxima semana. ―Me agaché y besé su frente, omitiendo decirle que Heidelman había cerrado hace quince años.

―Y no dejes que el viejo Heidelman haga el sándwich. Ese viejo Lern es un poco corto.

Me reí.

―Lo tengo. Ningún viejo Heidelman.

―Dale un beso a Willow por mí.

―Lo haré. Y me aseguraré de decirle a Grouper que tu habitación necesita una mejor limpieza, ¿de acuerdo?

―¿La necesita? Bien.

Marlene quería quedarse en la habitación de día, pero me pasé por su habitación vacía para comprobar las cosas antes de irme. Como de costumbre, estaba prístina. Infiernos, se podía comer en el suelo por la forma en que Grouper mantenía el lugar. Pero me gustaba poner a Marlene en la acción de reventarle las pelotas de todos modos.

Al salir, el viejo bastardo estaba lavando las puertas delanteras de vidrio. Extendí mis cinco dedos, para dejar intencionadamente una huella en la impecable puerta.

―Te has dejado una mancha aquí.

―Estúpida.

―Y orgullosa de ello.

―La próxima semana, quiero dos bolas.

―¿Las tuyas se marchitarán y se caerán o algo?

―Muérdeme.

―Hasta luego, Grouper.

Le Balleur - Camren G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora