Cap. 23

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· Willow ·
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—Esa cara bonita nunca debería tener una sonrisa al revés. ―Mi abuela estaba perdiendo su memoria, vivía en un hogar de ancianos, y tenía una adicta como único pariente vivo, y sin embargo, aquí estaba ella, tratando de animarme.

Forcé una sonrisa.

―Lo siento.

―¿Tú y Lauren tuvieron una pelea?

Lauren, aparentemente, no había puesto al tanto a la abuela de los últimos años. No estaba segura de porqué o qué significaba eso, pero le seguí la corriente.

―No. Estamos bien. ―Tomé la mano de la abuela y la apreté.

―Bueno. Esa chica es una guardián. Ya no las hacen como ella. Me recuerda a mi Carl en algunos aspectos.

―¿En serio? ―Era la primera vez que abu hablaba de Pop Pop. No tenía ni idea de si recordaba que se había ido o no. Su memoria era aleatoria y selectiva.

―Síp. Esa chica es leal. Cayó duro por ti y nunca se volvió a levantar. De la misma forma en que mi Carl lo hizo por mí.

Tenía razón en una cosa; Lauren era leal. Probablemente la persona más leal que alguna vez había encontrado en toda mi vida. Pero hasta la persona más leal tenía su punto de ruptura. Verla en la calle hoy me recordó eso. No creí que me esperaría todos estos años. No después de todo lo que le había hecho. Pero lo que
vi hoy había sido difícil de todos modos. Parecía feliz. Sosteniendo la mano de una mujer en público. Debería sentirme feliz por ella. Pero lo que debería y lo que realmente hacía nunca habían sido lo mismo.

Pasé dos horas con la abuela. Ella disfrutaba de la compañía y, honestamente, amaba estar cerca de ella. Era mi raíz, me hacía sentir en tierra firme cuando de otro modo giraría fuera de control.

Después de que El Precio Justo terminó, me detuve en el baño de mujeres en el pasillo y me limpié, sabiendo que tendría que ir directamente al trabajo o correr el riesgo de llegar tarde. Tiré mi cabello en una cola de caballo y apliqué un poco de rímel y brillo de labios. Cuando volví a la habitación de abu para decir adiós, un hombre estaba sentado en la silla a su lado. Parecía familiar, pero no podía ubicar por qué en un principio.

―Hola.

El hombre se puso de pie y saludó con la cabeza.

―Solo estaba haciendo mi visita diaria a Marlene. No me di cuenta que tenía compañía.

Mi chaqueta estaba extendida sobre otra silla, así que la levanté y comencé a ponérmela.

―Quédate. Por favor. Estaba a punto de irme. Tengo que ir a trabajar de todos modos. ―Sonreí―. Soy Willow. La nieta de Marlene.

―No me di cuenta de que Marlene tenía una nieta. Es un placer conocerte, Willow. Soy Grouper. A tu abuela le gusta azotarme en las damas un par de veces a la semana.

―Ah. Sí, juego de tiburón. Parece inocente, pero es secretamente una estafadora.

Grouper miró a Marlene y negó con su cabeza.

―Suenas igual que Lauren.

―¿Conoces a Lauren?

―Por supuesto. Viene aquí cada semana como un reloj. Buena mujer. Solo no le digas que alguna vez dije eso. ―Guiñó.

―¿Alguna vez trae a su novia?

―¿Novia? Ah, te refieres a la reportera. No. Viene solo. Los martes. Por lo general alrededor de las diez.

Me acerqué a la abuela y le di un abrazo. Sus hombros eran mucho más delgados de lo que recordaba. Mi abuela más-grande-que-la-vida se sentía pequeña, casi frágil.

―Tengo que ir a trabajar, o llegaré tarde.

―Bien, querida. ¿Vas a volver con Lauren?

―¿Sabes qué? Lo haré. Estaré de vuelta el martes. Fue un placer conocerlo, señor Grouper.

―Nop, ningún señor. Solo Grouper. Como el pescado.

―Oh. Bien. Bueno, fue un placer conocerte, Grouper. Y gracias por visitar a la abuela.

―El gusto es mío. Esperemos que los Steel ganen este domingo, así
conseguimos a una Lauren feliz aquí el martes.

Sonreí, absteniéndome de decir lo que estaba pensando. No contaría con Lauren estando feliz el martes, incluso si gana.


* * * *


El lunes era mi único día libre. Los horarios del restaurante eran difíciles para mantenerse al corriente con cualquier programa de televisión, por lo que había dejado de molestarme en grabar la mayoría de las cosas hace mucho tiempo. En la rara ocasión en que recordaba configurar algo para grabar, era aún más raro que
realmente mirara lo que fuera que había grabado. Excepto hoy. Me senté en el borde del sofá durante los últimos dos minutos del partido de los Steel frente a los Eagles mientras Lauren y la línea ofensiva se movían por el campo. Estaban abajo por seis y sentados sobre la línea de treinta yardas en la cuarta línea hacia abajo.

Sin pensarlo, golpeteé mi pie en el suelo cuando Lauren retrocedió, y la pelota salió volando en el aire. Vamos, Lauren. Vamos. Sostuve mi aliento hasta que la pelota en espiral cayó en las amplias manos del receptor. Estando en el borde, ansiosa por la victoria mientras Lauren estaba sobre el campo, me recordó el estar sentada en las
viejas gradas metálicas en la escuela secundaria, hace tantos años. Mi mejor amiga, Anna, solía estabilizar mi pierna. Deja de tocar el tambor con tu pie, estás sacudiendo toda la tribuna. Dios, aquellos días realmente fueron hace una vida.

Después del partido, decidí hacer cupcakes. Me encantaba hornear, a pesar de que había pasado un largo tiempo desde que había tenido a alguien para hacerlo. Mi apartamento era pequeño, con una cocina más pequeña que la mayoría de los armarios y una cutre estufa, por lo que hornear no era algo que había pensado hacer desde que me mudé. Pero hoy hice el favorito de la abuela y Lauren. El mismo pastel de terciopelo rojo con glaseado de queso crema que solía hornear después de que Lauren ganaba un juego en la escuela secundaria.

En camino a mi cita de la tarde con la Dra. Kaplan, llamé a la puerta de mi vecina al otro lado del pasillo, dos cupcakes en la mano. Esperando a medida que escuchaba el triple juego de cerraduras sonar abriéndose, miré alrededor del oscuro rellano. Este lugar era realmente sórdido, y eso era decir mucho considerando los lugares en los que había estado durante los últimos años. Pero la ciudad de Nueva York era cara, y este era el único sitio que podía permitirme por ahora.

Finalmente, la puerta se abrió un poquito, la cadena de la cerradura superior todavía firmemente sujeta. Me arrodillé a la altura de los ojos de la niña.

―Hola, Abby. Hice cupcakes. Pensé que tal vez a ti y a tu mamá les gustarían algunos.

Asintió rápidamente con los ojos bien abiertos. La puerta se cerró y se volvió a abrir sin la cadena. Abby alcanzó el plato. Mierda. Conozco esa mirada.

―¿Está tu mamá en casa? ―La pobre criatura estaba muerta de hambre. Ni siquiera se molestó en lamer el glaseado de la parte superior o probarlo antes de devorar la mitad del cupcake de un mordisco.

Abby asintió al masticar. Tenía probablemente cinco o seis, pero era muy pequeña, incluso para eso. Había llegado a conocerlas a ella y a su mamá durante los últimos meses. Su madre estaba en recuperación, como yo. Pero tenía un mal presentimiento de que algo podría haber cambiado durante el fin de semana. Los dos chicos que había visto saliendo de su casa definitivamente gritaban que el carro se había inclinado, y mamá había recaído.

No quería asustar a Abby haciendo palanca con demasiada fuerza.

―¿Qué hay de mamá? ¿Puedo darle el otro cupcake?

―Está durmiendo.

Eran las cuatro de la tarde.

―¿Hay alguien más en casa?

Abby sacudió su cabeza.

―¿Puedo entrar un segundo, Abby?

Asintió.

¿A quién más dejaría entrar esta pequeña cosita dulce?

Caminé a través de su apartamento y encontré a Lena tendida sobre su cama. Comprobé que respiraba. Unas cuantas latas de cerveza estaban esparcidas por toda la habitación, pero no había señales de parafernalia de drogas, por lo menos.

―¿Lena?

Gimió en respuesta y se dio la vuelta.

Para el momento en que regresé a la cocina, Abby ya estaba a medio camino del cupcake número dos. La curiosidad me hizo abrir el refrigerador. Maldita sea.Estaba más vacío que el mío. Mucho más vacío. Un cartón caducado de leche, algo de salsa de tomate, un frasco de pepinillos; con solo el jugo, y un recipiente con algo mohoso en el interior. Los armarios de la cocina no estaban mucho mejor.

―Vuelvo enseguida, ¿de acuerdo? Cierra la puerta con llave... espera a que golpee.

Abby habló con su boca llena.

―Bien.

Mi apartamento no estaba exactamente abastecido con un festín gourmet, pero me podía asegurar de que Abby tenía el estómago lleno. Hice un rápido sándwich de mantequilla de maní y jalea y agarré el medio vacío cartón de leche de mi nevera antes de volver.

―¿Alguna vez has probado la mantequilla de maní? ―La última cosa que ella o su madre necesitaban era que yo cargara a Abby con algo a lo que era alérgica.

―Solía llevarlo a la escuela para el almuerzo a veces. Pero tengo que sentarme en una mesa diferente de Danny Méndez. Es alérgico.

Eso me hizo sentir mejor. Serví un vaso de leche y la vi comer antes de salir.Para el momento en que llegué a la oficina de la Dra. Kaplan, eran pasadas las cinco. Miró su reloj.

―Llegas tarde hoy.

Me dejé caer en mi lugar habitual.

―Lo siento. Tuve que encargarme de algo.

Tomó un cuaderno, se levantó de detrás de su escritorio, y se trasladó a su silla de siempre frente a mí. Pasando a una nueva página, escribió la fecha antes de poner el cuaderno en su regazo y darme toda su atención.

―Entonces, ¿de qué tuviste que encargarte?

―No estoy usando de nuevo, si eso es lo que estás preguntando.

―No dije que estabas.

―No. Pero lo sentí en tu tono.

―Fue una simple pregunta, Willow. No vamos a empezar con mal pie hoy.

Tal vez había saltado a una conclusión equivocada.

―Tuve que hacerle a mi vecina un sándwich.

―¿Oh? ¿Está enferma?

―No. Tiene cinco años. Su madre estaba durmiendo, me detuve con cupcakes y me di cuenta que estaba hambrienta.

―¿Su madre estaba durmiendo en la mitad del día?

―Sí. Pensé lo mismo. Espero estar equivocada, por el bien de Abby. Su madre ha estado limpia durante cuatro meses.

La Dra. Kaplan asintió y escribió algo en su libro.

―¿Qué podría posiblemente haber anotado? ¿Qué le hice a un niño un sándwich de mantequilla de maní y jalea?

―En realidad, anoté que te has hecho amiga de una niña que tiene una vida familiar similar a la tuya al crecer.

―Oh. ―No había pensado en ello de esa manera.

―Así que... ¿Cómo estuvo tu semana? ¿Visitaste a Marlene?

―Lo hice.

―¿Y cómo va eso?

―Bien. Su tipo de enfermedad me permite retomar la vida con ella en varios puntos. No parece notar cuánto me fui o recordar todas las cosas terribles que le he hecho.

Más asentimiento.

―¿Y el trabajo?

―Bien. Mis pies me están matando. Pero el dinero es bueno. Tengo la esperanza de ahorrar lo suficiente para mudarme a un barrio mejor con el tiempo. Me gustaría estar más cerca de mi abuela. Se necesitan más de cuarenta y cinco minutos en un buen día para llegar a ella desde la parte alta de la ciudad.

―¿Has salido socialmente?

―No. Pero ese chico lindo del traje me invitó a salir el otro día.

―El del restaurante. ¿El que te invitó a salir hace unas semanas?

―Llegó con algunos amigos de nuevo.

―¿Y accediste a salir con él?

―No.

―¿Por qué no? Tú misma has dicho que pensabas que era guapo y parecía un buen tipo.

―No estoy lista todavía.

―¿Debido a Lauren?

―¿Cómo se supone que voy a empezar a salir cuando todavía amo a otra persona?

―La gente lo hace todo el tiempo. Necesitas seguir adelante, Willow.

―Lo sé. Solo no estoy lista.

―¿Cuándo estarás lista?

Me encogí de hombros.

―No lo sé. La veré mañana, sin embargo.

―¿Sí? ―La Dra. Kaplan parecía sorprendida.

―No te emociones. Ella no sabe todavía.

Su frente se arrugó.

―Visita a Marlene todos los martes. He estado evitando ir ese día, así no la volvería a ver.

―¿Pero ahora vas?

―Sí.

―¿Qué cambió?

―No estoy segura. ―Eso era una mentira. La Dra. Kaplan ya sabía todo sobre mi pasado, pero me daba vergüenza admitir cuán egoísta seguía siendo. Ver a Lauren con su novia había cambiado las cosas. Necesitaba ver por mí misma que no había esperanza para nosotras. O nunca sería capaz de seguir adelante.

Le Balleur - Camren G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora