17. Aceptar el destino

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Han pasado un par de días desde que acepté lo que debía ocurrir y tomé posiblemente la peor decisión de mi vida.

Ónix se fue al día siguiente de haber llegado al acuerdo de seguir adelante con la unión, ni siquiera dijo a dónde iba pero no es algo que me quite el sueño para ser honesta.

—¿Entonces sí te casarás?—Cristal me pregunta, mientras mira unas flores del jardín.

—Eso parece.

—¿Por lo que dijo el viejo?—Perla me interroga también.

—Probablemente.

—¿Por qué seguimos aquí entonces?—se queja Rubí, viéndonos con disgusto.

Perla y Cristal me miran a la espera de alguna explicación al caer en cuenta que ya no tienen ningún motivo para permanecer aquí.

—Su alteza no ha pedido que se vayan.—me limito a responder.

—¿Y por qué no nos echas tú?—la pelirroja resopla—Digo, ya estás por convertirte en alteza también.

—¿Cuál es tu problema, Rubí? Te has tomado este matrimonio obligado como algo personal, cuando no tienes nada que ver.

—Tan obligado no se ve el matrimonio si prácticamente tú te le declaraste al príncipe.

Cómo vuelan los rumores.

Me parece que la responsable de haberlo esparcido pudo ser cierta chica que pensaba ofrecer su mano hasta hace apenas un par de días.

—¿Te contaron que yo me declaré? Pues espero que también te hayan dicho que me arrodillé y le canté una melodía de amor.

—¿Hiciste eso?—pregunta Cristal, crédula a mi sarcasmo.

—Hasta ya planeamos tener quinientos hijos y un perro.

Perla suelta una risa, Rubí voltea los ojos y Cristal brinca como si la idea fuera lo mejor del mundo.

—Oh, el perro se puede Guille por el rey.

—¡Cristal!—Perla la reprende— Te pueden escuchar.

—Lo siento.

Ambas toman asiento en las sillas a la par de Rubí, y yo me quedo contemplando los arbustos del jardín.

—Volviendo a lo principal. ¿Por qué más estamos aquí, Amatista?

—¿No te lo dije ya, Rubí? No las han echado.

—Ya veo, nos quieren tener como amantes del príncipe para luego de su boda—ella levanta ambas cejas—. Por si Amatista no es complaciente.

—¿Amantes?—bufo— Si su alteza quisiera amantes, te aseguro que yo no tendría que ver en esa decisión como para seleccionarlas.

—Claro.

—Además, tengo el presentimiento de que el príncipe se guía más por las castañas.

Cristal toca su cabello café y lo señala como si hubiera descubierto una gran riqueza, Perla niega con una sonrisa en su rostro y le da una amistosa palmadita en la espalda.

—Mujeres, igual yo no permitiría que fueran amantes. Si quieren un matrimonio, lo obtendrán, pero no conformándose con ser usadas para satisfacción nada más.—les aclaro.

—No tenemos opciones, Amatista—habla Perla—. Mi próximo destino al salir de aquí es casarme con el anciano que les había comentado, ya está todo arreglado.

—No, Perla—Cristal se horroriza—. No puedes casarte con ese viejo.

—¿Y qué pasará contigo, Cristal?—pregunto.

AmatistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora