Tere termina de amarrar mi corsé y me viste de la misma forma que ayer, para después salir cuando su trabajo está completado.
Me acerco a la ventana de mi nuevo dormitorio, observando al exterior con un nudo en la garganta al ser consciente de que estoy viviendo la promesa que le había hecho a Alba sobre contemplar la vista en un palacio.
¿Seguirás con vida, hermana? ¿O habrás regresado a casa sin encontrarme?
—Señorita Amatista—Tere vuelve a ingresar—. Debe bajar.
—¿No puedo almorzar sola? Siento que las demás no lo notarán.
—Lo lamento, es una orden dada.
—Bajo en un momento, Tere.
Contemplo lo que me permite ver la ventana por un momento, hasta que decido bajar para no seguirme martirizando con el recuerdo de mi hermana.
La mesa ya está colocada, incluyendo la comida que nos corresponde a todas.
Aunque por el momento solo han llegado Rubí y Cristal.—¿Te enteraste?—me pregunta Cristal cuando tomo asiento.
—¿Enterarme sobre qué?
—Por la que se nos quiso adelantar ayer seduciendo al príncipe en su dormitorio, nos harán trabajar con la servidumbre por hoy. Y a mí me tocará lavar los objetos con los que comeremos.
—Es una pena—respondo sin ánimos—. ¿Cómo podrían obligarte a lavar platos a ti? Si a lo lejos se nota tu elegancia.
—Lo sé, es totalmente ilógico.
—He escuchado que el jabón con el que lavan causa alergia.—comenta Rubí.
—Lo hace—miento y hago un gesto exagerado—. Además, es casi seguro que tu mano podría caerse.
—¿Caerse?—Cristal me mira con pánico.
—Como un diente de leche—suspiro—. Al menos no lavarías de nuevo después.
Las dos se cubren la boca con horror y mis hombros se sacuden cuando río en silencio.
No las juzgo por no querer lavar.
Lo hago por la forma tan discriminatoria con la que se refieren a los sirvientes.
—¡Me pondrán a barrer!—exclama Perla al tomar asiento.
—A mí a ser ayudante de cocina.—dice otra cuando también se une.
Todas llegan casi al mismo tiempo, quejándose por la labor que se les asignó.
Lo que me lleva a...
¿Por qué no me han asignado alguna a mí?
Las sirvientas tocan unas pequeñas campanas para tomar nuestra atención, y al mismo tiempo entra la reina, obligándonos a levantarnos para hacerle una reverencia.
—Sigo sin acostumbrarme a tantas invitadas—dice ella con una sonrisa—. Espero que no les moleste una más.
Entra una chica de entre nuestras edades. Castaña de cabello, ojos azules, piel ni muy blanca u oscura, y su elegancia no pasa desapercibida.
—Buenos días. Soy Ágatha Ener, y espero que todas podamos convivir.
—Ágatha no forma parte de las refugiadas. Pero es hija del rey de Tadora, y amiga de nuestra familia.—aclara la reina.
—¿También es candidata a casarse con el príncipe?—pregunta Perla con timidez.
—Oh, no, no. Ellos tienen visiones distintas con sus naciones y han sido amigos desde niños.

ESTÁS LEYENDO
Amatista
RomanceElla, una ladrona buscada por los guardias del reino para ser sentenciada. Él, un príncipe frío y malhumorado al que le buscan esposa por obligación. Para el destino esto solo implica una unión.