34. Memorias borradas

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La frase dicha por Pete, ha sido algo que nos ha tomado los pensamientos por completo a Ónix y a mí durante todo el trayecto en carruaje para regresar al palacio.

El viejo por su parte, parece haber olvidado lo que exclamó, ya que desde que subió al carruaje y bajó de regreso al reino se ha mantenido sereno.

Pete se nos adelanta en caminar en total calma, mientras nosotros le seguimos el paso detrás y nos asomamos por uno de los salones al distinguir que hay personas.

Las refugiadas, omitiendo a Rubí, se encuentran jugando lo que parece ser una partida de cartas con Gia.

—¡Y gané!—exclama Cristal.

—De hecho volviste a perder.—le dice Gia.

—Pero si tengo más cartas que ustedes.

—El juego se trata de quedarse sin ellas.

—¿Pero por qué?

Gia niega con impaciencia y se percata de nuestra presencia, por lo que inmediatamente aplaude.

—¡Has vuelto, Amatista! No es tan fácil tolerar a Ágatha sin ti.

Ladeo la cabeza con una sonrisa de boca cerrada y ella se aproxima a donde estamos, no dándose cuenta de que Ónix también está a mi par.

—¿Dónde se encuentra tu esposo, Gia?—el príncipe le pregunta.

—Oh, Levi... bueno, está practicando arquería.

—¿Y quién le autorizó utilizar flechas en mi ausencia?

—Azul.

—Maravilloso.

Ónix da la media vuelta para dirigirse al jardín, por lo que no dudamos en seguirlo para evitar que cometa alguna locura por su enojo.

En medio del recorrido distinguimos que faltan varias personas de las que trabajan en el palacio, además se miran algunas cosas desordenadas.

—¿Por cuánto tiempo nos fuimos?—alzo las cejas.

—Solo por un día, supongo que el resto aprovechó.

Al poner un pie fuera, una flecha sale dirigida en nuestra dirección, pero somos más rápidos al esquivarla.

El príncipe no duda en molestarse por el riesgo de que el objeto pudo atravesarnos, y mira con total furia a su primo.

—¡Azul!

El mencionado dispara otra flecha torpemente, la cual se queda clavada en el tronco de un viejo árbol.

—Volviste.—se lleva una mano al pecho.

—Un día sin mi presencia y ya tienes todo un desorden y permites el libertinaje.

—Relájate, blanquito.—Levi sale de una esquina.

—No entiendo cómo pretendes practicar arquería si no tienes un brazo.

—Oh, lo tengo, enyesado pero sigue ahí.

La típica sonrisa burlona del rubio aparece mientras que a Ónix parece estar a punto de darle un infarto por el enojo.

Azul deja su arco en el suelo y se revuelve el cabello para encontrar alguna forma de bajarle el enojo a Ónix.

—No sabíamos por cuánto tiempo estarías fuera.

—¿Y eso fue motivo para que le permitieras a Ener utilizar un arma?

—Levi solo estaba mirando mi práctica, recuerda que no puede usar su brazo.

AmatistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora