18. Obligaciones maritales

4.5K 503 191
                                    

Tan rápido como se llevó a cabo la ceremonia, así mismo terminó luego del extraño momento de las velas encendidas.

—¿Pero qué fue eso?—se escuchan los murmullos de las chicas cuando salen del salón.

Albert acerca su mano a una de las llamas de las velas y la deja ahí un instante como si esperara a que algo mágico pasara, pero es en vano porque se quema y emite un quejido.

—Deja de jugar al curioso y llévate al obispo.—Ónix le da la orden.

—Puedo irme solo, alteza.

—De ninguna forma. Sé que estas no son horas para que usted realice sus labores y la situación en Diamond está de peligro.

—Cierto, el ladrón del callejón sigue suelto.—concuerda el guardia.

—Gracias por recordarme otro motivo para llamarte inservible, Albert.

Para no seguir escuchando los regaños del príncipe, ambos se largan tras hacer una reverencia; dejándonos en compañía de Azul, Ágatha y Pete.

—Las llamas no significan algo escandaloso—Pete habla—. Solo indican que esto es lo correcto.

—¿Que un heredero al trono se case con una mujer ordinaria?—Ágatha bufa.

—La señorita Amatista está muy lejos de ser una mujer ordinaria—la corrige el viejo—. A lo que he visto, algo mayor se refleja en ella.

—Su terquedad.—ironiza Ónix.

Nos deshacemos de las cadenas y las dejamos en una mesa libre del salón, cuando somos conscientes de que seguimos atados con lo que se nos puso.

—Pero si este matrimonio fue prácticamente impuesto por sus visiones, ¿tiene validez alguna?—pregunta Azul.

Ónix lo mira con curiosidad como si lo que acaba de decir le pareciera sospechoso o quizá demasiado específico.

—Yo digo que no—le responde Ágatha—. Es conveniencia por algo que no comprendemos nada más.

—Lo que significa que no están obligados a seguir leyes conyugales como tal—sigue él—. Fidelidad y esas cosas.

—Los amoríos deben ser bien vistos entonces.—secunda ella.

—Un momento—Pete los calla—. Yo di mi predicción, pero fueron ellos quienes decidieron seguir adelante. En pocas palabras, están en un matrimonio en su totalidad.

—Pero no hay amor de por medio.—insiste Ágatha.

El viejo cierra los ojos con cansancio, como si quisiera mantener la poca cordura que le queda.

—¿Qué hora es?—cambio la plática.

—Está cerca de ser media noche.—Azul mira el reloj.

—Me iré a mi habitación.—hago una reverencia.

Antes de siquiera dar un paso para retirarme, soy detenida por el príncipe, quien da una leve negación con su cabeza.

—Estamos casados ahora, Amatista. Desde hoy compartimos habitación.

A los presentes casi se nos salen los ojos tras lo dicho, excepto a Pete, que parece conforme con lo que propone Ónix.

—¿Disculpe?—levanto una ceja— Creo que casarse y esperar a dormir en el mismo sitio con usted, es suficiente por un día.

El reloj marca la media noche y nos lo hace saber con el sonido de algunas campanadas.

—Lástima que ya terminó el día—Ónix mira la hora en la pared—. Comenzamos otro, así que debemos empezarlo en nuestros aposentos.

AmatistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora