He de admitir que Rosa no resultó siendo tan mala anfitriona, ya que incluso se ha tomado la molestia de darnos de cenar.
—Yo no comeré.—dice Ónix, en cuanto el plato queda frente a él
—No me diga—la señora se cruza de brazos—. ¿Acaso mi comida resulta tan repugnante para usted?
—Lo será si llega a envenenarme.
—No encuentro motivo alguno para envenenarlo, alteza. Me conviene que se encuentre con vida para que así pueda cumplir lo que me ha prometido.
Pete contempla su plato de comida fijamente y come con urgencia, como si lo servido fuera algún platillo que hubiera extrañado mucho.
Sus nietos se miran entre sí por la falta de delicadeza del anciano, pero le pasan más pan para que así pueda satisfacer su hambre.
—La comida no está envenenada, Ónix—lo miro—. Ella tiene razón en que no puede envenenarte.
—Debí traer un catador de alimentos.
—Enseña eso.—acerco el plato a mí.
—No, Amatista.
Acerco una cuchara a su plato y tomo una pequeña porción de los vegetales, llevándolos a mi boca y no evitando hacer un sonido de satisfacción cuando el sabor me invade.
—Esto está delicioso.
—Lo sé.—Rosa palmea mi espalda y se va a servir más.
El príncipe parece tentado a también probar la comida, y su deseo de comer es tanto que deja atrás sus prejuicios para llevar un poco del alimento a su boca.
Lo miro directamente y me es claro que intenta disimular que en realidad está disfrutando de la comida, porque tras el primer bocado, va por otro y otro, casi sin darse lugar a respirar y olvidando por completo la educación que debería demostrar un miembro de la realeza.
—No me veas—murmura—. Solo intento mantenerme fuerte para nuestro regreso mañana.
Decido dejarlo comer tranquilo, ya que es un hecho que nunca lo hace, por lo que mi atención es llevada al anciano, quien parece estar a punto de acabar su plato.
—¿Cómo es que desconocíamos que tiene una familia, Pete?—pregunto.
Pete no me responde para terminar su comida, y después de lograrlo, se encoge de hombros con cierta vergüenza.
—No creí que fuera necesario mencionarlo.
—Porque tú también olvidaste que tenías una, viejo insolente.—Rosa regresa y se sienta a la par de su nieta.
—¿De verdad lo consideraba muerto, señora?—mis ojos van a ella.
Rosa acerca el recipiente con vegetales y se sirve un poco, para luego ofrecernos más, a lo que negamos, a excepción de Ónix, quien acerca los vegetales a él inmediatamente y vuelve a llenar su plato para seguir comiendo.
—Alguien que no muestra señales de vida durante años, es considerado muerto, Amatista.
—He perdido la noción del tiempo, Rosa. No recuerdo mucho de mis últimos años.
—Basta, Pete. Pudiste regresar hace mucho y decidiste quedarte en un reino abundante, dejándonos a nosotros a nuestra suerte.
—No tiene sentido que lo diga de esa forma, si ha podido servir una cantidad considerable de comida a todos esta noche.—opina Ónix.
—Era lo último que quedaba, alteza. La mayoría del tiempo nos la arreglamos a como podemos.
—¿Solo vive con sus nietos?—veo a los jóvenes.

ESTÁS LEYENDO
Amatista
Storie d'amoreElla, una ladrona buscada por los guardias del reino para ser sentenciada. Él, un príncipe frío y malhumorado al que le buscan esposa por obligación. Para el destino esto solo implica una unión.