Mis ojos se entreabren con debilidad, sintiendo dolor en cada rincón de mi cuerpo por mi reciente caída y apenas reconociendo que sigo en el mismo lugar, tirada en el piso.
Ya no se escuchan más golpes o peleas, aunque deduzco que puede deberse a mi estado de casi inconsciencia.
Noto que Ónix entra al salón en donde estoy, mirando hacia todos lados sin notarme, buscando con urgencia y desesperación a alguien.
Debe ser a Pete.
Se lleva ambas manos al cabello y me fijo que hay sangre en la comisura de su boca y sus nudillos están rojos.
Suelto un quejido al intentar moverme y ese instante, sus ojos siguen el ruido y prácticamente corre hasta arrodillarse en donde estoy. Llevando ambas manos a mis mejillas hasta poder elevar mi cara y examinarme de una forma torpe a causa de la inexperiencia.
—Se lo llevaron.—digo de manera poco entendible.
Pienso que se molestará por ello o mi desobediencia de venir a pesar de sus protestas, pero en su lugar me da un abrazo desesperado y apoya mi cabeza en su pecho.
—¿Qué te pasó?
—Se lo llevaron, Ónix.
—Te escuché. ¿Estás bien?
—Fallé, se llevaron a Pete.
Lleva un brazo a la parte trasera de mis piernas y la otra a mi espalda para cargarme y cruzar el pasillo conmigo.
—¡Tere!—comienza a gritar.
—Te desobedecí.
—No es momento para reclamarte, mira cómo estás.
—Tú estás peor.
—Lo de mi ropa no es mi sangre. ¡Tere!
Mi mucama parece salir de un rincón, asustada al creer que posiblemente la pelea entre todos sigue, pero se pone más palida al verme golpeada y con Ónix cargándome al no mantenerme en pie.
—Busca a un médico, ¡ahora!
—Enseguida, señor.
Lo siento recostarme sobre la cama una vez ingresa a nuestra habitación, y cuando estoy cerrando los ojos de nuevo, comienza a negar.
—No te duermas, Amatista. Creo que te dieron un golpe en la cabeza y puede ser peligroso.
—No sé quién fue.
—Lo averiguaré luego.
—¿Dónde está Azul? Lo estaban golpeando.
—No lo sé y no me interesa—mira hacia la puerta con impaciencia—. Te hacía lejos con Nieve y cuando salgo, resulta que el caballo estaba en donde lo dejé, sin ti.
—Me bajé y regresé.
—No me digas.
Vuelvo a cerrar los ojos y me toca el hombro.
—Amatista, mantén los ojos abiertos.
—Tengo sueño.
—Si los cierras vas a terminar viendo el infierno cuando los abras.
—¿Que no sería el cielo?
—No, porque no creo que vayas allá.
Aunque intento mantenerlos abiertos, éstos comienzan a cerrarse sin pretenderlo y eso parece asustarlo.
—No.—me sacude.
—Si me sacudes es peor.—hago una mueca de dolor.
—¡Tere! Si no apareces con un médico en los próximos segundos, te enterraré a la par de Albert.

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Amatista
RomantiekElla, una ladrona buscada por los guardias del reino para ser sentenciada. Él, un príncipe frío y malhumorado al que le buscan esposa por obligación. Para el destino esto solo implica una unión.