El cielo por la ventana.
Ver el cielo por la ventana.
El cielo.
—Les aseguro que ya no hay motivos para preocuparse.—la voz de Azul me trae a la realidad.
Visualizo que las refugiadas entran al palacio tras haber sido sacadas con urgencia por el reciente ataque.
Las tres mujeres miran hacia su entorno, quizá aún asustadas al pensar que algún otro intruso puede estar entre nosotros.
—No estoy segura de ello.—dice Cristal en voz baja.
—¿Mencionaste algo, Cristal?—Azul deja algunas cosas sobre la mesa.
—Nada, excelencia.
—El lugar es un caos—expresa Rubí—. Ni siquiera estoy convencida de que nos hubiesen protegido, de no ser por que la reina estaba cerca de nosotras.
Ágatha también ingresa al salón, mirando hacia todos lados para asegurarse de que no hayan cuerpos tirados en el suelo.
—Las ayudaron al fin y al cabo—se compone el vestido—. No es deber de nadie de acá mantenerlas a salvo.
—¿Y sí es deber mantenerte a salvo a ti?—cuestiono.
—Amatista, me contaron sobre el ataque. Qué pena—expresa—. Aunque no entiendo qué harías buscando al viejo con tanta urgencia.
—¿Qué insinúas?
—No lo sé, quizá tienes algo que ver con su secuestro.
—Claro, también el hecho de que alguien me golpeara la cabeza y rodar por las gradas era parte de mi plan. Soy tan inteligente.
—¿Te caíste por las gradas?—Perla observa mi rostro con preocupación—¿Quién te atacó?
—Una de ustedes.—Ónix entra de repente.
Creemos que viene solo, pero a su par camina el guardia Albert, con una falsa postura de profesionalismo para fingir no sentirse intimidado.
—Lo supe, ninguna de estas mujeres es de fiar.—concuerda Ágatha.
—Eres la principal sospechosa.—la señala Ónix.
—¿Yo? ¿Y por qué?
—¿De verdad te atreves a preguntarlo todavía? Puedo hacer una lista del porqué no eres fiable.
—Ónix, yo sería incapaz de hacer algo así.
—Envenenaste a Nieve. No creas que se me ha olvidado.
—¡Que yo solo lo alimenté!
—Pues ahora yo solo te estoy acusando. No te atrevas a contradecirme.
Azul finge acomodar algunos objetos cercanos para lucir ajeno a la discusión y que Ónix no lo involucre de alguna forma.
—Azul.—lo llama su primo.
—¿Ahora qué?—suspira.
—Me apetece algo caliente. Quiero que preparen todo para la hoguera.
Todos se paralizan, sobre todo Albert, como si escuchar esa palabra fuera algo que le trajera malos recuerdos.
—¿Para qué pedirías algo así?
—Para cocinar—responde—. ¿No es evidente que voy a quemar a alguien?
—Si se me permite opinar...—Albert habla.
—No, no se te permite, guardia inservible.
—Bien.
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Amatista
RomanceElla, una ladrona buscada por los guardias del reino para ser sentenciada. Él, un príncipe frío y malhumorado al que le buscan esposa por obligación. Para el destino esto solo implica una unión.