Volumen 1: Contrato Acto 3

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Al expresar esas palabras una nueva ventana de luz violeta se hace presente, está a diferencia de mostrarle su estado o la durabilidad de una persona, solo le mostraba 5 recuadros blancos, teniendo dos de ellos una imagen en su interior.

Era la primera vez que el sistema le daba al joven la opción de interactuar con este, algo que parecía a simple vista imposible, aun así, no tenía tiempo que perder en ello, tenía trabajo por hacer.

Con la llegada del nuevo día la primera acción de Iván fue arreglar y vestir a la joven preparándola para el frio del exterior.

Acto seguido este camino hacia el jardín de la mansión cargando una silla entre sus brazos.

Al salir este se dio cuenta de que esta era su primera vez, pero para sus ojos lo que veía no parecía un jardín en lo absoluto, 15 hectáreas de césped y colinas, además de un bosque del que emergían los muros y ventanas de la casa de las flores.

Hasta ahora la edificación más grande que el joven había visto era el palacio imperial, pero ahora no sabía si la casa de las flores era del mismo o quizás de un tamaño mayor.

El joven rápidamente empezó a sacudir su cabeza y regreso a su labor desesperada.

El césped sobre el suelo había vuelto acida la tierra, Iván sabía que para ayudar a la sirvienta necesitaba una tierra similar a la que había en su habitación en el sótano, llevando al joven a cavar el suelo.

Tras haberse encargado de una flor en secreto durante casi 10 años el joven tenía bastante conocimiento sobre botánica, mezclando así, la composta de los caballos, tierra, aserrín y carbón, para crear así un pequeño espacio de terreno fértil en el jardín.

Lo último que faltaba era posicionar a la sirvienta en el lugar, enterrando sus pies en el suelo y exponiéndola a la luz del sol.

En ese estado Iván pasaría el día observándola, posicionando algunas alfombras en contra del viento, el joven se permitió exponer la piel de la sirvienta sin que esta se viese afectada por el frio, además de alimentarla y revisar su temperatura corporal.

Tal y como lo indicaba en el diario la fiebre de la sirvienta empezó a bajar rápidamente, y por consiguiente los síntomas del joven empezaron a disiparse casi en su totalidad.

Iván estaba aliviado al punto de caer al suelo del cansancio, las notificaciones del sistema habían cesado lo que significaba que la vida de la sirvienta ya no estaba en peligro.

El joven maestro por fin pudo recostarse sobre el césped, al tiempo en que sus parpados poco a poco empezaban a cerrarse, tras todo lo que pasó el joven por fin podía permitirse tomar una pequeña siesta.

En su mente las palabras de Lord Barien empezaron a resonar, recordándole el cómo la sirvienta estaba vinculada a él por un sello de amo y esclavo, por lo que sin importar que le pida Iván a aquella joven debía obedecer sin ninguna replica.

El rostro de aquella sirvienta era uno de los más bellos que el joven había visto en su vida, y su cuerpo tenía las proporciones ideales para atraer a cualquier hombre.

Incluso mientras usaba el yelmo Iván no pudo evitar mirarla, recordando todas las cartas obscenas que su tío había dejado por la mansión.

En su mente Iván había creado una acalorada fantasía, una habitación blanca donde las cartas de Enrique llovían e Iván sobre una cama sostenía el cuerpo de aquella sirvienta.

Este la arrincono contra la cama, su rostro y orejas estaban sonrojados pero los de aquella joven lo estaban todavía más...

—Joven amo... —espeta la joven con una mirada triste y un rostro sonrojado.

El presagio de las flores (Hana no Zenchō)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora