CAPÍTULO XXXI

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El aspecto que reflejaba en el espejo era decadente.

¡Buen día para enfermarme de gripe!

Lo primero que se me vino a la mente fue el colegio de prácticas. Todo apuntaba a que los niños me habían contagiado. Pues varios iban tosiendo al aula y no tenían cuidado al cubrirse, pese a que les repetía constantemente que lo hicieran.

Resignada, guardé el espejo de mano pequeño en el bolsillo de mi abrigo y seguí mi camino hacia la facultad.

Aparte de la gripe, el caos mental que traía encima estaba acabando conmigo. Ya quería que llegara de una vez la hora del examen y deshacerme del estrés que me consumía por completo.

Casi tropiezo caminando al ver a Arturo de pie fuera de la facultad sosteniendo una caja blanca con cinta rosada. Y yo que pensaba que no se acordaría.

Me detuve en seco en el instante que reconocí la figura de Danna llegando a su lado buscándole plática.

Hace semanas llevaba notando la familiaridad con la que hablaban cada vez que se encontraban cerca. Era evidente que se conocían desde hace varios años atrás.  

¿Cómo surgió? ¿En dónde fue?

Tenía la curiosidad a tope, hoy mismo buscaría la forma de averiguarlo.

- ¡¡Llegaste!! - exclamó Arturo percatándose de mi presencia.

Antes de que pudiera llegar hasta ellos, Arturo se acercó y me abrazó fuertemente.

- ¡Feliz cumpleaños! - besó mi mejilla - Sé que no te gusta que te saluden en este día, pero no he podido evitarlo.

- Gracias, Arturo.

Recibí la caja de regalo y volví a abrazarlo agradecida.

- Señorita Sanz.

Mis ojos se conectaron inmediatamente con los de Danna, buscando alguna señal de reproche en su mirada por no haberle contado con anticipación que hoy cumpliría años.

En su lugar únicamente encontré una sonrisa sincera.

- Espero que pase un feliz cumpleaños.

Sin importarme la presencia de Arturo, acorté los escasos centímetros que nos separaban y la estreché contra mis brazos. La rigidez de su cuerpo me hizo saber que en cualquier instante iba a separarme de su lado, sin embargo, eso cambió cuando sentí ligeramente el toque de una de sus manos en mi espalda.

No necesitaba decirle nada. El afecto que transmitía nuestro abrazo hablaba por sí mismo.

- Tengo que dictar una clase - avisó inmediatamente tras romper el contacto.

Asentí con la cabeza.

- Que tenga un buen día, profesora Zender - la voz de Arturo, hizo que cayera en cuenta de que aún continuaba presente.

Una vez la figura de Danna desapareció entre las escaleras que llevaban al segundo piso. Me dirigí con Arturo al aula de clase.

- Cuando venía de camino aquí, vi que conversabas con la profesora Zender - comenté con la intención de dirigir la conversación hacia el propósito de conocer de dónde se conocían.

- Ah sí, tenía curiosidad por la caja que sostenía en mis manos, le dije que era para ti por tu cumpleaños.

- He notado que le agradas, debe ser porque eres el mejor alumno de su clase.

- No es eso.

Se quedó callado dando la impresión de estar meditando sus próximas palabras.

- Es que nos conocemos de hace años - añadió segundos después - es extenso de contar.

DESDE QUE LA VIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora