CAPÍTULO VII

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Era la primera vez que me subía a su auto, y aunque para ella llevarme a mi casa era un simple gesto que haría también por otra persona. Yo, en estos momentos, no podía evitar sentirme especial.

Abrí uno de los envases de torta y me dispuse a comer tratando de hacer el menor ruido posible.

¡¡No podía ser!!

¡Coco!

Me había dejado seducir por el bizcocho de chocolate de la torta, que no fui capaz de reconocer a tiempo ese sabor particular de relleno.

Cerré el envase inmediatamente y lo dejé a un lado. Si no pensaba en el coco seguro no sucedería nada.

Respiré profundamente y miré la carretera.

51, 50, 49, 48... era el tercer semáforo que nos detenía el pase. Parecía que todos se habían sincronizado para estar en rojo.

Me giré sobre mi asiento y miré a la profesora Zender, que tenía toda su atención puesta al frente del volante. Incluso de perfil su rostro era precioso.

-¿Seguirá solo mirándome sin decir nada?- preguntó, rompiendo el silencio entre nosotras.

- ¿Qué quiere que le diga?

Sus ojos se posaron fugazmente en mi antes de regresar a ver hacia la carretera. El semáforo había cambiado.

- Lo que quiera decirme, Sanz.

- A mi me gustaría escucharla a usted, profesora Zender - hice notable énfasis en su apellido con la intención de molestarla.

Ella hizo un gesto torciendo sus labios hacia un lado. Me causó gracia su expresión.

- Ya le había dicho anteriormente que no estamos en la universidad, Sanz, aquí no soy su profesora.

- Pues yo también le comenté que no me llame por mi apellido, prefiero que diga mi nombre - le aclaré - ¿No cree que sería más fácil hablar si nos tuteamos?

- ¿Tutearnos? Pero si no tenemos ningún vínculo de amistad o familiaridad. Ello implica confianza y entre usted y yo no la hay.

Podía sentir cómo cada una de sus palabras golpeaban mi corazón sin piedad y apuñalaban las ideas tontas que había estado imaginando en mi cabeza. ¿Por qué tenía que ser tan dura con sus palabras?

- Tiene razón - dejé de verla, ya no tenía sentido seguir observando cada movimiento suyo - justamente por eso, no debió traerme en su auto, profesora Zender.

Su silencio solo me hizo entender que no recibiría respuesta alguna de su parte.

La piel de los brazos y el rostro comenzó a picarme demasiado. Era como si tuviera millones de animalitos pequeños recorriendo de arriba a abajo cada parte de mi cuerpo. Me rasqué con cuidado para no lastimarme. Mi alergia había aparecido otra vez, todo por el relleno de coco de la torta que no logré distinguir a tiempo antes de comerlo.

Cada minuto era un suplicio, mientras más me rascaba, incrementaba la comezón.

Visualicé a pocos metros la farmacia que se encontraba a una cuadra del departamento de Rodrigo. Ya habíamos llegado a la Av. Los Nogales.

- Déjeme aquí, por favor - hablé fuerte para que la profesora Zender detenga el auto - Gracias por traerme - me bajé inmediatamente sin siquiera mirarla.

Menos mal la farmacia estaba abierta las 24 horas. Entré al establecimiento a paso rápido.

- ¡Hola! - saludé a la joven que se encontraba tras el mostrador - puede venderme dos pastillas para la alergia y una botella de agua, por favor.

DESDE QUE LA VIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora