CAPÍTULO IV

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Sus ojos marrones me miraban sin compasión, impacientes, y no la juzgaba, pues no había emitido ninguna palabra desde su última pregunta.

- ¿Se quedó sin habla? - preguntó al ver que permanecía en silencio.

Me armé de valor. Era hora de responderle.

- Profesora Zender, disculpe, pero lo que dije formaba parte de una conversación privada con mis compañeros. En ningún momento me referí mal de usted.

¿Fui capaz de decirle eso?

Si antes sus ojos me miraban sin compasión, en estos instantes me consumían en una enorme llama de fuego. Su mirada era tan expresiva.

- Pues pedir algo a cambio por entregar el trabajo de mi clase me hace pensar muchas cosas de usted, Sanz.

Seguro nada positivo...

Y pensar que este intercambio de palabras estaba sucediendo porque ninguno de mis amigos quiso entregar la bendita actividad de clase. Incluyéndome.

Conocía y entendía las razones de Sara y André para evitar en su totalidad todo lo referente a la profesora Zender. ¿Pero yo? ¿Qué motivo me avalaba para no querer ir a sentarme a su lado y revisar el trabajo de la sesión?

Probablemente, sea mi nerviosismo a estar a centímetros suyo y experimentar esas sensaciones que había estado sintiendo hace meses. Precisamente desde que la conocí. Pero eso no podía decírselo a nadie. Aún no.

- Reitero mis disculpas si dije algo que la incomodó - hablé - ¿ya puedo retirarme?

Cada día era más consciente de que la presencia de esa mujer afloraba una parte desconocida de mí, una parte que apenas comenzaba a descubrir a mis 22 años.

- Retírese - apenas terminó de hablar, salí rápidamente del aula, tras decirle brevemente: buenas noches.

***

Me acomodé junto a Rodrigo en el sofá para descansar. Por fin, había terminado de realizar los materiales para mi clase de matemática. Si no hubiera recibido su ayuda, definitivamente aún seguiría recortando mis tarjetas numéricas una hora más. Era demasiado lenta para hacer cualquier material o manualidad educativa.

Rodrigo tomó mi mano y la entrelazó con la suya. Sentí como se estremeció con la frialdad de mis dedos. No pude evitar reírme.

- ¿Quieres que te prepare un chocolate caliente? - preguntó.

- No, gracias - le respondí colocando mi mano libre sobre su mejilla para verlo estremecerse otra vez - Estoy bien aquí contigo.

- ¡Estás helada, Irina!

Se separó de mí y caminó hacia su armario.

Lo observé en silencio mientras sacaba de ahí una enorme cobija azul. Rodrigo, se colocó nuevamente a mi lado y nos cubrió con ella.

- ¡Gracias! - le dije apoyando mi cabeza en su hombro.

Su mano volvió a buscar la mía por debajo de la cobija.

- ¿Cómo está la situación en tu casa? ¿Ha mejorado?

Hablar de mi vida familiar era un tema que generalmente evitaba a toda costa.

Debido a que, aún no era capaz de explicar la situación con mis padres sin romper en llanto antes de terminar la primera oración.

Rodrigo era la única persona que conocía mi entorno familiar en su totalidad. Tras cuatro años de relación, era inevitable que no supiera esa parte de mi. A él no le tenía que mentir o inventar una historia ficticia de la "familia feliz" con padres amorosos, que a veces le decía a otras personas cuando insistían en saber más de mi vida.

Suspiré profundamente.

- Lo mismo de siempre, peleas y gritos por doquier.

Desde que tengo uso de conciencia, he vivido en un "hogar" inmerso en la violencia física y psicológica. Mi padre, Ángel, que no le hacía honor a su nombre en lo absoluto, era un maltratador empedernido que golpeaba a cualquier ser humano que se atreviera a contradecir sus ideas. Delante de todos, él siempre tenía que tener la razón.

Quizás por eso mismo, desde pequeña había recibido cachetadas, patadas y golpes de su parte, pues no compartía su pensamiento ni actuar, no me quedaba callada ante sus palabras y no permitía que agrediera a mi madre de ninguna manera. No me importaba recibir doble o triple vez los golpes con tal de que no se los diera a ella.

Rodrigo acarició mi brazo suavemente para regresar mi atención a él. Con el tiempo había ido comprendiendo que cuando hablábamos de ese tema, me perdía mentalmente por ratos.

- ¿Volviste a hablar con tu mamá acerca de mi propuesta?

- Si, se lo comenté hoy nuevamente antes de venir aquí - le respondí - y me dijo que no piensa irse de esa casa.

Hace aproximadamente un año, Rodrigo, me había pedido que me mudará con mi madre a su departamento y denunciemos a mi padre.

Denunciarlo... Si por mi fuera, él estaría en la cárcel desde hace muchos años. Pero mi madre no quería hacerlo, pese al mal trato que le daba, ella veía en él "un hombre bueno", y no pensaba atestiguar a mi favor si es que me atrevía a llamar a la policía.

Rodrigo se inclinó y tomó mi rostro con su mano libre para que lo viera.

- Irina, no sé cuántas veces más voy a tener que decirte esto, pero, por favor, vive conmigo. No puedo estar tranquilo sabiendo de qué permaneces día tras día en esa casa.

Sus ojos verdes estaban cristalizados. Lamentaba que se sintiera afectado por mis problemas.

- Me quedaré aquí unos días - lo abracé fuertemente - pero no te preocupes, solucionaré mi situación. No puedo seguir viviendo así.

- Sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites, amor.

Me aferré lo más que pude a su cuerpo para que no me viera sollozar. Sin el apoyo y amor constante de Rodrigo durante estos cuatro años, no hubiera reunido las agallas suficientes para poder decidir irme de esa casa. 

DESDE QUE LA VIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora