Anexo: "Lauren's song" PT. 8

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Nota: capítulo muy extenso como importante. Último giro en la historia de Lauren y más que cerca del final de su pasado.

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Narrador

El silencio de la habitación del hospital era interrumpido por los pitidos del monitor cardíaco y el sonido de Harriet sorbiendo su nariz cada tanto. La pelirroja estaba sentada en el sofá de la habitación, viendo con la mandíbula apretada, el ceño fruncido y los ojos llorosos a Lauren, la cual se encontraba en silencio desde hacía ya un rato.

-Hazz...-.
Susurró la ojiverde, pero Harriet la miró con algo parecido al odio en sus ojos y se levantó.

-Ni se te ocurra abrir la puta boca, Lauren. Que ni se te ocurra-.
Harriet soltó un quejido debido que, al gesticular con la boca, la marca de la cachetada que le había propinado su padre le ardía más.

Desde su última sobredosis, varias cosas habían cambiado. Puesto a que Sam y Beau habían cumplido veintitrés, tenían acceso a otro tipo de lugares con otro tipo de gente, y otro tipo de sustancias. Los viajes en auto se comenzaron a hacer costumbre y las fiestas en las periferias de la ciudad se convirtieron en pan de cada día. En una de esas fiestas fue donde Lauren, a escondidas de Harriet, probó las anfetaminas a manos de uno de los conocidos de Beau, y fue allí donde todo cambió. La ojiverde cayó completamente enganchada a la droga, no había momento donde Lauren no estuviera consumiendo; anfetaminas, cocaína, cualquier tipo de pastillas y cualquier cosa que pudiera desaparecer en sus fosas nasales. Casi no dormía ni tampoco comía, sus tardes en el instituto no las recordaba debido a que dormía toda la tarde, a la casa de sus padres solía ir una vez por semana a dormir y con Harriet estaba todo más que mal.

Al caer de aquél modo, Lauren solía desaparecer por días para drogarse, amanecía en la calle o en casas de gente desconocida y no tenía idea si le habían hecho algo o no. Harriet comenzó a prepcuparse demasiado, saliendo a altas horas de la noche o pasando días enteros buscando a su novia por allí. Aquello le había comenzado a generar problemas con sus padres debido a que había bajado las notas en el instituto y su conducta había cambiado mucho. Sus padres odiaban que saliera con Lauren. La ojiverde discutía con su novia todos los días, le decía las cosas más hirientes que a su cerebro nublado por la droga se le podían ocurrir y se iba con otras personas en su cara; luego volvía, se metía en la casa de Harriet y lloraba de rodillas por su perdón diciendo que sin ella no podría vivir, que era lo único que tenía en su vida.
Después de eso todo iba bien por un par de días y el ciclo volvía a repetirse. Harriet lloraba constantemente por Lauren, pero no podía dejarla, la amaba tanto que creía que era su deber cuidar de ella.

En el cumpleaños número diecisiete de Lauren, todos menos la pelirroja, fueron a festejar a la ciudad vecina. La fiesta duró dos días, en los cuales Harriet se enteraba del estado de su novia mediante mensajes que el resto de sus amigos le enviaban. Saber que Lauren la estaba engañando se le había hecho costumbre, y aunque le dolía en lo más profundo de su corazón, justificaba a la ojiverde con que estaba en mal camino y que pronto se recuperaría y les iría bien. En la segunda noche, Lauren parecía haber desaparecido de la faz de la tierra debido a que no la podían encontrar en ninguna parte de la casa; fue Beau quién encontró a la ojiverde, bajo la lluvia torrencial a dos calles de la casa, tirada en la acera y semidesnuda. El castaño llamó a emergencias, a sus amigos y, cuando estaba en la ambulancia con la ojiverde, a Harriet. La pelirroja, la cual estaba durmiendo al ser las tres de la mañana, salió camino al hospital casi a la velocidad máxima que su auto le permitía. La lluvia, la desesperación y la velocidad nunca fueron una buena combinación; Harriet chocó a tres calles del hospital, un choque leve, pero que destruyó toda la parte delantera de su auto. Cuando el Sr. Waismann despertó con la llamada de su hija, salió hecho una furia hacia el hospital. Otra vez su hija se metía en problemas por aquella chiquilla drogadicta, su pequeña hija pudo haber muerto por ir a ver a su novia al hospital. Cuando Harriet vio a su padre bajar del auto, lo primero que sintió fue una fuerte, pesada y rápida bofetada en una de sus mejillas, la cual la tiró al suelo, y tras una discusión, su padre desapareció y la dejó con una charla pendiente y la mejilla próxima a estar morada.

It HurtsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora