Anexo: "Lauren's song" PT.1

171 13 5
                                    


Narrador

Después de tratar durante cinco años y tras tres embarazos perdidos, los Jauregui decidieron darle una oportunidad más al destino y dejarlo completamente en las manos de Dios, al cual le dedicaban cuatro horas de rezo por día y Michael ayuba tres veces por semana. Cuando Clara se enteró que estaba embarazada, Michael y ella lloraron de alegría una tarde entera y cocinaron un banquete como ofrenda de agradecimiento a Dios.

—Tal vez tengan suerte y se deje ver qué es—.
Dijo la obstetra mientras ponía el frío gel en la barriga de cinco meses de Clara.
—Veamos—.
La mujer rubia colocó el aparato y comenzó a deslizarlo dándole una visión a los jauregui de su hija.
—Es... Una niña, ¡felicidades!—.
Dijo con una enorme sonrisa.

—¡Oh por Dios, Michael!, ¡una niña, una niña!—.
Exclamó Clara apretando la mano de su esposo el cual no dejaba de llorar agradeciendo a Dios por aquella bendición.

Era verano de 1997 cuando Clara dio a luz a una pequeña niña de mejillas rosadas y llanto fuerte. Lloró al ver las diminutas manos y la pequeña nariz, como también los finos cabellos negros que decoraban su cabeza. El color verde de sus ojos cautivó a sus padres, pero sobre todo a Michael el cual no podía parar de mirar a la pequeña con una enorme sonrisa cuando esta le agarraba el dedo índice con su pequeña manito.

—¿Podríamos ponerle Lauren?—.
Susurró Michael mirando a la pequeña dormir entre los brazos de su madre.

—¿Lauren?—.
El hombre asintió.

—Lauren de Laurentum, el coronado con hojas de laurel. El ganador, la ganadora, en este caso—.
Clara sonrió viendo cómo la mirada de su esposo estaba absorta en su hija y asintió.

—Lauren será—.

En el seno de una familia religiosa como los Jauregui, la pequeña ojiverde aprendió a persignarse antes de caminar, sus cuentos de noche eran versículos de la biblia que su madre le leía o uno que otro cuento infantil religioso. Sus primeros obsequios fueron una biblia infantil y un pequeño rosario de madera que llevaba en su cuello a toda hora y, cuando ya tuvo la capacidad de hablar, oraciones como el Ave María, el Credo Niceno, el Padre Nuestro, la oración de consagración durante la Eucaristía, salían de su boca como si ya hubieran estado prescritas en su cerebro. Durante las misas se la podía ver con un pequeño vestido blanco, dos coletas y unos pequeños zapatitos color rosa y mientras su padre entregaba las hostias, se podían oír los pequeños pasitos de la ojiverde recorriendo toda la iglesia.

Desde muy pequeña Lauren enseñó un carácter aventurero, siempre se encontraba trepando árboles, saltando entre sillas o ensuciandose en el jardín en búsqueda de orugas, lombrices y ranas. Cuando su madre podía entretenerla solían cocinar pasteles, limpiar la casa o ir de compras.

—¡Mira cómo estás!—.
Exclamó Clara con una sonrisa al ver a su hija embarrada de la cabeza a los pies y con orugas arrastrándose por sus brazos. La pequeña soltó una carcajada y se acercó a su madre con los brazos extendidos para enseñarle a los pequeños bichos.
—Deja esos animalitos en el suelo y entra así te baño que luego podemos comer galletas de chocolate—.
Dijo limpiándose las manos en el delantal.

—¡Sí!—.
Lauren dio un par de saltitos y entró corriendo a la casa dejando así un rastro de pequeñas huellas de barro hasta el baño y Clara se cubrió la cara con las manos mordiéndose el labio inferior.

Lauren cerraba los ojos cuando su madre le pasaba la esponja por el rostro de una forma suave para quitar todo los restos de barro.

—Efesios 6:1-2, Lau—.
Dijo en voz baja Clara y Lauren se frotó los ojos para quitar el agua.

It HurtsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora