Capítulo 2

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Aunque sus cuerpos no fueran capaces de andar con normalidad, hicieron el esfuerzo por ponerse de pie y regresar a casa, decidieron tomarse aquel día como un descanso más, Horacio sentía que cualquier pitido o hasta el mínimo maullido de un gato, podría hacerle explotar la cabeza y Gustabo, estaba sintiendo las consecuencias de excederse con las dosis de cocaína, la energía se había esfumado, su cuerpo pedía comida y un merecido descanso pronto, ya que arrastraba los pies por la acera con pesadez.

Y solo uno de ellos logro percatarse de que su entorno se sentía demasiado tranquilo, Horacio bajo sus gafas e inspeccionó, todo se sentía tan solitario y en paz. Extrañado por no ver a los mismos personajes de siempre, como vendedores de droga, consumistas de estás mismas y pequeñas pandillas de tíos fumando o simplemente pasando el rato; le dió ligeros codazos a su amigo en el hombro, quien solo chisto molesto.

—Si solo me pegas no te entenderé, ¿Qué quieres?

—¿No notas algo diferente?

Gustabo se masajeo las sientes y trato de prestar atención, pero se sentía mareado. —¿Tienes un dólar? Deje el mío en casa de Pablito.

—Gustabo, concéntrate.

—¡Me estoy muriendo de hambre! ¿Podrías preocuparte un poco por eso? Joder, siempre con lo mismo y siempre resulta ser una gillipoces.

Gustabo adelanto su paso, dejando a Horacio aún desconcertado detrás, apresuró su paso para alcanzarlo, quedando nuevamente a la par en su andar. Estaban a pocas cuadras de llegar a casa, pero antes se detuvieron en un badulaque, ninguno tenía suficiente dinero para comprar, por lo que era momento de sacar su mejor arma, Horacio simplemente sería espectador, cruzando los brazos e incluso abriendo una bolsa de frituras mientras era cómplice del talento nato de su amigo para conseguir lo que quería, usando su influencia de manejar aquellas situaciones con limpieza y rapidez.

El rubio charlo con el dueño del establecimiento, sacando pequeñas sonrisas, siendo uno solo con sus palabras mientras el vendedor caía rendido y les cedía todo lo que habían tomado, Gustabo añadió un guiño y salió triunfante de allí con dos bolsas de plástico repletas de suministros que seguramente servirían para sobrevivir la semana.

—Fua, ¿Viste?

—Increíble, Gustabo tu pico de oro es espectacular, eres mi inspiración.

—Y tu la mía cara de nabo, hoy habrá comida y cena.

Ambos rieron y adelantaron su paso más motivados a llegar, su edificio estaba frente a ellos y al entrar, saludaron a sus vecinos, aquel edificio era un lugar en dónde exconvictos, gente en situación de pobreza y delincuentes podían vivir sin preocupaciones, el lugar era bastante triste, las jeringas usadas rondaban por doquier pasillo e incluso por el elevador, se podían escuchar gritos de auxilio e incluso gemidos, pues también era un punto crucial para aquellos que se dedicaban a la venta de personas para uso sexual. Gustabo y Horacio estaban acostumbrados, realmente no les causaba miedo o incomodidad, después de años, se habían convencido de que así sería siempre su vida.

Al llegar a su piso, entraron a la pequeña habitación, consistía de tres cuartos; cocina/sala, una recamara y un pequeño baño. No tenían demasiado, dormían en la misma cama, comían en ella, descansaban en ella y es que esa cama era una gloria para ellos, Gustabo dejo sus víveres en una caja que servía como apoyo de cómoda y Horacio se encargó de preparar lo que ese día sería su primera comida del día, era simple y un festín, el ramen instantáneo y latas de soda eran un lujo, cuando el agua estaba lista, vertió está en dos platos donde los fideos crudos estaban listos para recibir el agua.

—¡La comida está lista! Gustabo ven.

—Huele bien he.

Tomaron asiento en el colchón el cuál crujió cuando recibió el peso de los dos, comenzaron a comer, pareciese que no se conocían en ese momento, sus alimentos era lo único en lo que podían disfrutar y ocupar su mente. Después de rato, ambos terminaron y se tumbaron en la cama, completamente llenos y satisfechos, los efectos de la jaqueca finalmente se habían ido.

—Me quiero duchar, ¿Vienes conmigo?

—Joder Horacio, que tienes una edad, duchate solo.

Horacio entendió y después de un puchero, se levantó para ir al cuarto de baño y llenar de manera considerable la tina, no podían gastar agua de más o se les cobraría de más. Gustabo se quedó pensativo, ¿Cómo habían acabado así? Es decir, hace años podía disfrutar de otra casa, otra comida, otra ropa y otro sentimiento, en esos momentos no podía dejar de pensar en que le seguía doliendo tanto el hecho de haber sido abandonado por la única persona que creyó que siempre estaría a su lado y luego, cada vez que se cruzaba por su mente, lo mataba una y otra vez.

Sin querer, sus ojos derramaron una pequeña lágrima, así no es como quería sentirse, no de nuevo. Se puso de pie y la ducha con Horacio no parecía mala idea ahora, se dirigió al cuarto de baño y se recargo en el marco de la puerta, viendo con una expresión tranquila a su amigo.

—Gustabo, ¿Te sientes bien?

El mencionado asintió, retirando sus zapatos y polera roja. —Que si, que si. Creo que también necesito una ducha, no veas como apesto.

Horacio sonrió, no tan tranquilo, pues conocía al contrario, si rostro lo delataba por mucho, pero a veces no podía hacer mucho, tan solo acompañarlo en su dolor e intentar animarlo. Gustabo quedó completamente libre de prendas y entro junto a su adverso, sentándose en el otro borde de la tina, dejando que sus pies quedarán apoyadas en los bordes externos, al ser más pequeño entraba de manera perfecta, pero no quería estorbar demasiado a su compañero de tina.

—Horacio, estás fuerte, ¿Desde cuándo haces ejercicio?

—¿Lo has notado? A veces en jornada me voy a los gimnasios de la playa, intento estar en forma y guapo ya sabes. . .

—No me digas. . . ¿De verdad tienes esperanzas con ese imbécil?

Hubo un pequeño silencio, Horacio agachó la mirada, sus cabellos mojados cubrieron su frente y por un momento se sintió miserable. Gustabo suspiro mientras negaba con la cabeza, bajo los pies y se acercó a él para levantar su mirada, tomando su mentón con delicadeza, Horacio era todo para el en esos momentos y siempre lo fue, verlo destrozado también lo destrozaba a él; ambos se miraron y Gustabo le dedico una suave sonrisa.

—Lo siento, pero creo que deberías dejar de hacerte ilusiones. Horacio, estás guapísimo, mamado y es que eres el puto mejor coño, ya basta de estar todo el tiempo sensible, te lo dije antes y te lo repito ahora, los sentimientos no nos llevarán a nada, ¡A nada!

Horacio sonrió y asintió, extendió los brazos y envolvió al rubio en un abrazo.

—Horacio, Horacio. . . Que estamos desnudos, joder ya que.

Correspondió el abrazo y sin vergüenza alguna, paso las piernas a los lados de la cintura del contrario. A pesar de su amistad, nunca pudieron evitar sentirse necesitados de compañía, una tan íntima que solo ellos como conocidos podían darse, después de estar tantos años solos, se comprendía mutuamente y daba igual si en esos momentos, su desnudez les provocará ciertas cosas, ambos podían arreglárselas entregándose a su deseo. Siempre fue así, nunca confundieron su amistad, la pequeña hermandad que habían formado.

Cuando rompieron el abrazo, se miraron un poco tímidos, Horacio siempre había sido el más libertino de su grupo de amigos y entre ellos dos, por lo que no tenía vergüenza en admitir lo que quería, Gustabo solo soltó un suspiro, aquello era como consentir al otro, por lo que no dudo en iniciar un beso, un poco salvaje y atrevido, siempre que acaban de esa manera, no podía evitarlo, pero cuando terminaban de sus necesidades, quería volver a ese tiempo cuando no era Horacio quien compartía su cama y cuerpo, sino otro. Lo deseaba tanto, pero también se odiaba por ello y es que amar por primera vez es un martirio.

Olvidó todo sentimiento que irrumpiera con lo que estaba haciendo y se concentro en sus movimientos, aquello le decía que hoy sería el quien estaría debajo por como su compañero se aferraban a sus montículos de carne, de vez en cuando se separan de sus labios para tomar aire y volver a unirlos en besos que ocasionaron chasquidos y entre ellos, pequeños quejidos por parte de ambos. La fricción en sus pelvis les otorgaba la estimulación necesaria para dar inicio, Horacio entro y disfruto de la presión en su hombría, juraban que sería una tarde larga e incluso, quizá la noche la llevarían así.































Remin.

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