Capítulo 34 ☄️

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Memorias 5/5

El orfanato solo podía aceptarlo hasta que cumpliera sus 18 años y entonces fue echado a la calle para ganarse la vida como pudiera y eso hizo. El y Horacio habían ido de empleo en empleo y nunca pudieron encontrar uno que les viniera bien y que fuera completamente estable, pero esta vez sería diferente, habían encontrado un empleo bastante bien en cuanto a tiempo y dinero, había una cede del ejército que necesitaban gente para el aseo de cafeterías y baños, no era el mejor trabajo del mundo, pero al menos tendrían algo fijo y seguro, ambos eran unos chavales de apenas 18 años, después de estudiar la preparatoria en el orfanato, sabían que no volverían a pisar una escuela en toda su vida.

Era su primer día en aquella academia de militares, al entrar apreciaron a todos, desde cadetes, generales y comandantes, ser cadete al parecer no era algo divertido, les gritaban de forma déspota, se notaba el cansancio en sus miradas. Ambos amigos se miraron y temblaron de miedo, no querían estar en sus zapatos; se alejaron rápidamente de allí para ponerse a trabajar, ambos debían usar sus respectivos uniformes de conserjería y comenzar con sus labores, iniciaron en las duchas, después los baños y por la tarde, debían estar presentes en la cafetería para ayudar a repartirles comida a los jóvenes cadetes.

-¿Qué puta mierda es esta? No puede creer que comen esto, mira que comíamos mejor.

-Ya, ya, pero creo que ellos deben llevar una dieta específica, Gustabo, ¿Nos llevamos el pan que sobre?

Gustabo soltó una carcajada. -Si, si, no creo que nadie se de cuenta.

Ambos rieron y comenzaron a servir algo de pasta y arroz a los jóvenes que pasaban con sus respectivas bandejas a la barra de comida, Gustabo paso de largo todos lo coqueteos, miradas y palabras de más que le dedicaban, no era la primera vez que estaba en una situación así, solo que ahora no podía lanzarse a golpear a nadie y debía controlarse lo más que pudiera, pero por supuesto que había excepciones y siempre las hubo cuando se trató de "él".

-No me des arroz y dame pasta extra.

Esa voz grave y vibrante llamo su atención y fue ahí cuando su vida había cambiado, justamente cuando se topó con los ojos negros de ese apuesto hombre de cabello obscuro, mirada intensa y fauces varoniles, en ese instante que se había cautivado, juraba que no sabía lo que era adorar hasta que se encontró con él.

-¿Me escuchas?

Parpadeo para salir de su trance. -De acuerdo, una disculpa.

Conway había sonreído con complicidad, por supuesto que le encantó esa reacción de ese rubio hacía su persona, por un momento pensó que pasaría de largo aquel momento, pero entonces sus miradas se volvieron amantes conforme los días pasaban y se cruzaba con él, dejo de ser una casualidad y se convirtió en una necesidad el estar observando todo el tiempo a ese joven de ojos azules y entonces supo que había un motivo realmente bueno para soportar toda la mierda del ejército y estaba dispuesto a conocerlo, Gustabo se sentía de la misma manera, había tristeza en su corazón, pues sabía que faltaba poco para que esos cadetes salieran y ocuparán cualquier otro puesto fuera de allí.

Llevaba al menos un mes allí, estaba acostumbrado al lugar, a las personas de su entorno, a su vida junto a Horacio y a observar a ese soldado que solo le causaba suspiros cada vez que pensaba en él. Había organizado su tiempo junto con Horacio para que ambos terminaran rápido y pudieran echar un vistazo a los campos de entrenamiento, era su turno de limpiar las duchas y sería su último trabajo del día; su presencia era lo único que habitaba en ese lugar, hasta que unos pasos se escucharon aproximándose, supuso que se trataba de Horacio.

-¿Estás por terminar?

Al escuchar esa voz, giró rápidamente y se encontró con ese soldado que había espiado durante todo su tiempo allí. -Ah, si solo faltaba fregar el piso, pero puedo venir más tarde.

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