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QᴜÉ ᴘᴇɴᴀ ᴄᴜᴀɴᴅᴏ Qᴜɪᴇʀᴇꜱ ᴀʟɢᴏ, ᴘᴇʀᴏ ᴅɪᴏꜱ ᴛɪᴇɴᴇ ᴏᴛʀᴏꜱ ᴘʟᴀɴᴇꜱ ᴘᴀ' ᴛɪ


Colgué el vestido en una percha y lo coloqué en la puerta de mi armario para evitar que se arrugase. Cada vez que lo miraba, me imaginaba con él puesto y bailando junto a Dexter en la fiesta. Pero instantáneamente borraba eso de mi mente, puesto que no estaba segura de que fuera a ocurrir de ese modo. Lo único que quería era poder pronunciarle mi nombre y que por lo menos supiera de mi existencia.

Después de aquel primer curso, nunca más volvimos a coincidir en ninguna clase y eso eliminaba toda posibilidad de tener una conversación, por pequeña que fuese. Acostumbraba a mirar las listas de las clases antes del comienzo de curso, con la esperanza de que pudiéramos estar en la misma, pero la decepción al ver que eso no ocurría aumentaba año tras año. Por eso, decidí que este último curso no las miraría, sabiendo que ya era imposible que ocurriera.

Pero entonces, lo vi entrar en la clase de historia. Con una luz resplandeciente que lo envolvía cada vez que aparecía, una sonrisa que derretía hasta el más frío témpano de hielo y una hermosura digna de un dios.

Me quedé de piedra observando su entrada y el lugar en el que se sentó: mitad de la clase, en diagonal a mí. Desde aquel momento, las clases de historia se volvieron mis favoritas, aunque se daban tan solo dos horas a la semana.

Si mi padre no se hubiese marchado, quizás podría haberle sugerido que invitase a los Lexington a uno de sus eventos y entonces allí no tendríamos más remedio que habernos conocido. Pero mi vida de la alta sociedad acabó en el momento en el que mi padre decidió divorciarse de mi madre cuando yo tenía once años.

Mi padre era Colin Green, o más conocido como el Dr. Green. Poseía una clínica privada de alta clase de herencia familiar, inaugurada a principios del siglo XX, donde acudían no solo los altos cargos de la ciudad, sino también muchas celebridades conocidas mundialmente. Era el dueño heredero y, además, cirujano. La familia Green siempre había formado parte de la alta sociedad, como también de organizaciones contra la pobreza, entre otras.

Antes de que mi familia se destrozara, vivíamos en un apartamento de lujo en el barrio del Upper East Side. Recuerdo que éramos una familia unida, cariñosa y elegante, a la que invitaban a brunchs, cócteles y fiestas privadas. Una vez crecí, me di cuenta de que todo aquello tenía un convenio principal, pero entonces yo simplemente disfrutaba como niña que era.

En ese momento no conocía a Cailin, pero sí a otros niños con los que jugaba. Muchos de ellos coincidieron conmigo en el instituto, pero hacían como que no me habían visto en su vida. Y la razón por la que decidieron borrarme de su memoria fue el divorcio de mis padres.

Mi madre no tenía nada que ver con la socialité hasta que se casó con mi padre, así que, cuando firmaron los papeles de separación, ella quedó completamente desterrada de todo aquello por lo que había hecho. La custodia tanto de mi hermana como la mía fue suya, así que también nos vimos afectadas por su situación. Tuvimos que mudarnos a una casa más asequible, pero dentro de la ciudad, para no estar lejos de mi padre, mientras que él siguió viviendo en el mismo barrio con todos sus lujos.

Cuando llegó el momento de comenzar el instituto, mi padre decidió que debía ir al mismo al que él asistió, matriculándome en la escuela más prestigiosa, donde todos a los que una vez conocí acudían. Y, por supuesto, nada más llegar, se disipó el rumor de lo que mi madre había hecho, del divorcio y de cuál era mi situación; de esa forma, todos me conocían como la pobre entre los más adinerados de Manhattan.

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