11

141 10 41
                                    


ɪ ʜᴀᴅ ᴀ ꜰᴇᴇʟɪɴɢ ꜱᴏ ᴘᴇᴄᴜʟɪᴀʀ


Tras ese trabajo extra e inesperado para compensar mis errores, Kilian no volvió a llamarme esa semana. Llegó el viernes con total calma y tranquilidad. Seguí vendiendo hasta que me quedé sin existencias y, como él no me dijo nada, yo tampoco lo hice. Aunque no vender un día implicaba no ganar nada y, por lo tanto, retrasar mi libertad.

Le conté a Cailin sobre la conversación telefónica que había escuchado, y el tema de "la entrega". Opinó igual que yo, si descubriera de qué se trataba y dónde iba a llevarse a cabo, podría ser algo realmente útil para desmantelar aquella red de contrabando de drogas. ¿Cómo lo descubriría? No tenía ni idea.

Por otro lado, Dexter nos invitó a Cailin y a mí a unirnos a su mesa para comer con ellos. Esa vez quedó claro que no era una comida a solas y disfruté algo más del momento. Por suerte para mí, no tenía nada que vender. El semidios se sentó a mi lado. A Cailin le iban más las conversaciones con el resto de su grupo, y gracias a eso, pudimos hablar un poco. Cada día que pasábamos un momento juntos, me gustaba un poco más. ¿Existía un límite? Porque yo aún no lo había rozado ni de lejos.

Aquel viernes volvía a mi casa con buen humor. Era fin de semana, no había demasiado trabajo de clase por hacer y pensé en ver películas pendientes. Pero el ambiente se me hizo pesado en cuanto entré en mi barrio. No sabría como explicarlo, era una sensación extraña, o quizás era el tiempo que estaba comenzando a cambiar. Lo entendí cuando miré la calle frente a mi casa. El hombre estaba ahí, mirándome como siempre. Y cuando él aparecía, yo no solía tener un buen día. Le miraba de igual forma pues buscaba pistas de que fuese real, pero en cuanto me desviaba y le devolvía la mirada, desaparecía. Nadie desaparece tan rápido. Cuando tenía pesadillas, soñaba que él se acercaba y me cogía del cuello para ahogarme. O me perseguía con un afilado cuchillo que terminaba por hincarme.

Decidí desviar la mirada y no devolvérsela. Yo había creado a ese ser, cada vez lo tenía más claro y por ello no debía darle importancia. Caminé hasta subir los escalones de mi puerta para después abrirla sin mirar atrás.

En cuanto puse un pie en el interior de mi casa, noté el silencio; no era el de siempre. Cerré la puerta y, en cuanto el sonido recorrió la estancia, escuché un movimiento proveniente de alguna de las habitaciones.

—¡Effie! —gritó mi madre desde donde estuviera. Estaba cabreada y de pronto todo cobró sentido. Todo mi cuerpo se tensó al oírla.

Me atreví a entrar en el salón y allí estaba, sentada en la mesa donde solíamos comer cada día. Su rostro podría parecer el de un león a punto de degollar a una persona y casi pensé que lo haría cuando se levantó del asiento y vino hacia mí, señalándome con el dedo.

—¿¡Qué le has estado contando a tu padre sobre mí para que venga a decirme que vaya a un maldito psicólogo!?

«Mierda.»

Mi padre había ido durante la mañana y había estado hablando con ella de lo que le comenté. No sabía hasta qué punto y estaba segura de que no me mencionó, pero mi madre lo relacionó conmigo. Probablemente había interceptado a mi hermana, pero confiaba en ella y sabía que nunca le diría nada malo de ella. Así que su única baza era yo, como siempre.

—Yo... yo no...

Mi lengua se trabó mientras buscaba cómo salir de allí. Se parecía a aquella vez. «¡Tú me has arruinado la vida, es tu maldita culpa!» Se me repetía una y otra vez en la cabeza todo lo que me dijo y no parecía ser una situación muy diferente. No le importaba gritarme cosas como las que me dijo aquel día, no le importó lo que significó para mí y tampoco le iba a importar en ese momento.

DHARMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora