Centro de operaciones

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Finales de Octubre

Pov Chiara

-Pivota...pivota... ¡PIVOT FUCK MIERDA SHIT!- el peso del sofá recaía prácticamente sobre mi cuerpo mientras intentábamos entre las cinco meterlo por el estrecho hueco que llevaba hasta nuestro pequeño escondite.

-Uy Kiki calma- Violeta que sostenía el sofá a mi lado intentó rebajar los humos.

-Joder es que esto no cabe- María y Julia se encargaban del otro lado del sofá mientras Ruslana dirigía toda la operación.

-Por eso te estoy diciendo que pivotes- le grité aún con el peso del sofá provocando estragos sobre mi cuerpo y mi estabilidad mental.

-¡Que no se que coño significa eso Chiara!- gritó de vuelta Julia.

Parecíamos todas gilipollas dando pasos de ciego sin ser capaces de acabar de introducir el puñetero sofá. Parecíamos Ana Guerra con su "Y nos movemos pa' aquí Y nos movemos pa' allá"

-Pues que lo gireis so lerdas- esta vez intervino Violeta con signos de agotamiento en su cara.

Las so panfilas de nuestras amigas apenas estaban sujetando y otra vez el trabajo duro recaía sobre nosotras.

Después de un par de movimientos dirigidos por Violeta recogimos el fruto del esfuerzo dejando caer a plomo el sofá en el sitio idóneo.

-Puffff por fin chicas- dijo Ruslana recibiendo una mirada asesina por nuestra parte.

La tia no habia dado un palo al agua, ni dirigir vamos.

-Serás sinvergüenza- regañó su hermana dándole un señor callejón.

La semana pasada mientras paseabamos cruzando el puente del río nos dimos cuenta que este tenía dos pisos, el de arriba por el que pasaba todo el mundo, recién renovado y el piso de abajo, cubierto de tablones de madera, algo destartalado.

Y tras comprobar de buena tinta que no se iba a caer a plomo, decidimos convertir esa zona en nuestro pequeño centro de operaciones y durante la semana nos dedicamos a llevar todos los muebles abandonados que encontrábamos por las instalaciones. Dos sillones, una silla de playa y lo último, este sofá chester que yacía abandonado en un bungalow que hacía las veces de trastero.

Objetivamente nos había quedado un rincón muy chulo y acogedor.

Ruslana y Julia tomaron asiento en los sillones, María en la sillita de playa y Violeta y yo nos apropiamos el sofá.

-¿Quién quiere un refrigerio?- preguntó la rubia abriendo su nevera portátil hasta arriba de cervezas.

Todas aceptaron encantadas, recibiendo sus bebidas con ansias.

-¿Chiarita?- alzó las cejas tendiendome una lata. Yo me mostré dubitativa- Venga hazlo por mamá Mari- insistió y acepté a regañadientes, tenía sed y aquello era lo único que podía beber para saciarla- ¡Mantecón!

-¿Chin chin?- Violeta alzaba su cerveza a modo de brindis y choqué mi lata con la suya antes de llevármela a los labios.

Anticipé el momento con una mezcla de emoción y curiosidad, pero al sentir el líquido ambarino tocar mis labios, experimenté una decepción instantánea. El sabor amargo invadió mi boca, dejando un regusto desagradable. El aroma fuerte y penetrante se aferró a mis sentidos, desafiándome a encontrar algo que apreciar. Mientras el resto celebraban su amor por esta bebida, yo luchaba por entender su atractivo. Aunque respeto su gusto por la cerveza, debo admitir que no era para mí.

-Ya le pillaras el gusto tranqui- oí que decía Violeta en mi oido, aparentemente la única que se había percatado de mi desagradable reacción- Pero quita esa cara que como te vea la Mari te cruje por tan grave ofensa- bromeó dando un sorbo a su cerveza.

SUSURROS EN EL ALMA // KIVIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora