Perdidas

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Domingo 15 Abril, campus Julliard, establos.

-Yo me voy a dejar el móvil aquí- anunció Chiara guardando sus pertenecias en una pequeña taquilla en los establos.

-Yo también- detuve sus movimientos antes de que cerrara la puerta, y logré meter mi móvil con el resto de sus cosas.

-Yo directamente no me lo he traído- dijo Ruslana colocándose las botas de equitación.

-Pues nada, haremos las fotos con el mío, pero vamos ya anda- Julia se mordía las manos ansiosa por nuestra tardanza. Llevaba dándonos la matraca con el plan durante meses.

Habíamos decidido dar un paseo a caballo por el bosque, aprovechando por primera vez en lo que iba de año, las fabulosas caballerizas del campus.

Logramos convencer al encargado para que nos dejara a nuestro aire, ya que algunas teníamos experiencia.

Chiara había dado clases de equitación durante un año, cuando iba al instituto en Inglaterra. Por lo que me contaba de su vida allí, era algo bastante común.

Julia había hecho alguna que otra excursión a caballo y los conocimientos básicos los tenía.

Por mi parte, llevaba montando a caballo desde los cinco años en el cortijo de mis abuelos.

Me encargué de ensillar las monturas de cada caballo y seleccionar el que mejor iba para cada una según el peso y la experiencia.

Al contrario que el resto, Ruslana y María era la primera vez que montaban, y me atrevería a decir que también que la primera vez que veían uno de cerca, a juzgar por sus caras de pánico cada vez que el caballo hacía algún movimiento.

-Anda moradita, ayúdame a subir- María se encontraba al lado de su caballo sin saber ni por donde empezar.

Con movimientos algo ortopédicos por su parte y una gran ayuda por la mía, conseguimos que subiera a lomos del animal.

-Buah chaval, menudo espagat- aulló de dolor por la separación de sus piernas. Algo entendible conociendo la poca elasticidad de la rubia.

Julia ayudó a Ruslana. Y el resto pudimos sólas.

-Seguidme mis cowgirls- dijo Chiara agarrándose el sombrero cual galán de pasión de gavilanes.

Verla vestida con unos ajustados leggins camel, las botas hasta las rodillas y una camiseta blanca de tirantes por dentro del pantalón me estaba matando por dentro. Y si ya le añadimos esa actitud chulesca y segura de si misma... pues apaga y vamonos.

Chasqueó la lengua haciendo al caballo avanzar seguido por el resto. Yo me encontraba al final de la cola asegurando la integridad de la excursión.

Ibamos siguiendo el paseo a lo largo del río, varias veces tuve que parar el caballo de María porque con los tirones de esta, iban directos al agua.

-¿Pero chica tu que crees? Que parce que pareces un cowboy de Yellowstone todo el rato al río- bufé a la septima vez que tuve que intervenir.

-Joder, es que esta me mete unos acelerones de repente... y no tengo donde agarrarme- se quejó.

-Tienes que apretar las piernas sobre la montura.

-Si hombre, y me disloco la cadera ya de paso- reí por lo exagerado de sus palabras.

Al par de kilometros María pareció acostumbrase al ritmo de Escarmiento, su caballo en el paseo.

Un nombre tan extra como la dueña de su montura. Y si, se lo había puesto ella, de ahí que la yegua no le hiciera ni puto caso, ya que su nombre real era Loli.

SUSURROS EN EL ALMA // KIVIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora