Capítulo 19

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Hola!

Ali está aquí, ya llegó jojojo

Este es uno de esos capítulos que tienen un poco de todo y me gusta la introspección que nace en ellos.

Por cierto! Aquí doy indicios de una canción muajajaja a ver si descubren cuál es :B

Sin más, a leer!

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Cuando abrió los ojos, Osamu pensó que todo había sido un sueño. Habían sido cinco malditos meses los que estuvo lejos de Atsushi. Creyó enloquecer al despertar cada mañana y darse cuenta de que estaba la habitación que Mori-san le había dado luego del reclutamiento de Chuuya y no en el departamento con su tigre. Por semanas le fue casi imposible dormir en la cama espaciosa que tenía. Su estómago se negaba a recibir comida que no había sido preparada por Atsushi, sobreviviendo a base de agua y onigiris de las tiendas de conveniencia; a veces Koyo-san le invitaba a beber té lo cual suponía un alivio al hambre persistente. Ni hablar de los llamados constantes de Mori-san para continuar con el adoctrinamiento. «Así resuelves conflictos como estos» decía. «Hay que poner reglas a los de rango menor para que no caigan en la tentación» añadía. «¿Consideras que mi forma de abordar la situación fue la óptima?» preguntaba. Osamu tuvo que tragarse la bilis y la rabia de seguir interpretando un papel que no deseaba.

La Port Mafia era el nido perfecto para la oscuridad humana. Sin temor a represalias, los miembros dejaban en libertad sus instintos más primitivos. Algunos respondían a los impulsos de la matanza. Otros más a la lascivia. Todos ataviados en ropas negras; la insignia de la muerte y desolación.

Una noche pensó en lo que pudo haberle ocurrido si Atsushi no hubiese llegado a su vida. Se imaginó sumergido en las aguas turbias de la mafia, abrazando la oscuridad y dejándose llevar sin más; ignorante de lo que era vivir, sentir, sonreír libre de falsedad..., amar.

Su cuerpo se estremecía al siquiera pensar en la palabra.

El terror aún le impedía articularla. (A diferencia de Atsushi, que la decía con facilidad.)

«A quien amo es a ti. Solo tengo ojos para ti, Osamu» le había dicho en la sala privada del bar. Tan certero e implacable. Tan honesto. Fue como beber agua fresca y dulce luego de semanas andando por un desierto inclemente. El beso fue la ambrosia que derritió todo pensamiento lógico y le embriagó por completo. Había extrañado el sabor de Atsushi, la ternura y el cariño que le entregaba.

Su Atsushi. El chico que estaba recostado a su lado durmiendo apacible sosteniéndole la mano en un agarre laxo. Osamu se enterneció al verlos tomados de las manos. Un gesto propio de las parejas. ¡Oh! Eso eran, ¿verdad? Pero, en ningún momento hubo una declaración por parte de ambos. Bueno, él fue el primero en decir que quería a Atsushi...

¿Eso contaba como una declaración?

Hubo movimiento a su lado. Atsushi se había acomodado sin soltarlo.

Ahora que le miraba con detenimiento, el chico tenía el torso desnudo. En el cuello estaban las marcas que le dejó: rojas y algunas púrpuras. Aún se distinguían las mordidas como eslabones propios de un collar. Un calor familiar viajó hasta su entrepierna. A Atsushi le quedaban perfectas sus marcas. La piel pálida las resaltaba.

Ah, estaba comenzando a salivar.

Los rastros de lo ocurrido la noche anterior aún estaban ahí. En los pantalones desabrochados, la simiente seca en el abdomen plano de Atsushi. Osamu se preguntó si en el futuro el tigre permitiría que lo reclamase por completo. El pequeño bulto en su entrepierna respingó ante la idea de tener a su merced a la Luna, a poseerla entera. De lograrlo, ese mentor no volvería a invadir los pensamientos de Atsushi. La noche anterior él lo llamó un centenar de veces y sus ojos preciosos lo miraron solo a él.

No me sueltes - [Dazatsu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora