Capítulo 51

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¡Hola!

Ali viene con un capítulo más!

Sin más, a leer!

~°*†*°~+~°*†*°~

—No te ves satisfecho, amigo —murmuró Fyodor sentado a la mesa de té que había en la habitación blanca en la que acompañaba a Tatsuhiko.

La locación era un edificio perteneciente al Báculo del Obispo, las supuestas ratas que Akuru quiso que Tatsuhiko erradicara.

Al principio, por obvias razones, no sabía quiénes eran los que conformaban a la organización, por lo que, luego de la muerte de Akuru y Takeru, merodeó por el departamento lujoso e indagó en el computador de la oficina privada. El aburrimiento que lo acompañó desde su despertar no desapareció, aumentó con creces al burlar con facilidad la supuesta seguridad que protegía la información valiosa del degenerado. Resultó simple adivinar el código de la cerradura a la oficina, aún más al desbloquear el computador y tener acceso total a la base de datos más completa de las mafias. Se cuestionó de dónde provenía este conocimiento que su cuerpo traducía en movimientos automáticos, como si fuera habitual que él irrumpiera en la oficina del hombre más poderoso del submundo de Yokohama. ¿Haber sido el agujero favorito de Aruku le dio privilegios de algún tipo? ¿Cuál fue el motivo verdadero que lo llevó a vengarse de este hombre y soportar por tres años a ese cerdo? ¿Quiénes eran esas almas que encendieron en él la rebeldía de ir por la cabeza de un pez gigante?

Incógnitas que nadie más que Takeru pudo haber respondido, pero, bueno, el hombre decidió volverse cenizas al saber que su Tatsuhiko ya no era suyo.

Pasó dos días encerrado en ese departamento envuelto con el aroma de la muerte y vanidad efímera. Admiró los recuadros de las demás habitaciones, los objetos de orígenes lejanos, las reliquias robadas, las alfombras y los tapetes de telares distintos, las cabezas de bestias, los animales disecados (un tigre blanco lo retuvo minutos enteros, con la mirada fija en las garras expuestas y la expresión feroz que estremecía su cuerpo), la colección de relojes finos, las vitrinas repletas de piedras preciosas como taaffeíta[1], grandidierita[2], ópalo negro[3], serendibita[4], diamante rojo[5] y, la más interesante para él, turmalina paraiba[6]. El color de esta gema era de un azul con tonalidades verdosas que daba la impresión de ver un pedazo de mar cristalino. Sin embargo, de entre tantas gemas de colores llamativos, los zafiros continuaban atrayéndolo como si fueran sirenas o hadas traviesas que alardeaban de una piedra común y, a la vez, encantadora.

Al finalizar el segundo día, con mayor conocimiento de la ciudad que veía a través del ventanal de piso a techo que había en el departamento, partió en búsqueda del Báculo del Obispo. Los deseos de Akuru no influyeron en él al encarar a los escurridizos sacerdotes, ni cuando usó su habilidad para infundir temor en ellos y así obtener un edificio únicamente para él. Nadie más que Tatsuhiko era dueño del lugar... o eso pensó hasta ingresar al templo y ver que en el supuesto altar estaba sentado un hombre sumamente delgado, de cabellos ébano y ojos cansados de color púrpura. Se presentó como Fyodor Dostoyevsky y amigo suyo.

Tatsuhiko recordó las palabras de Takeru sobre un ruso que lo encaminó a la «última habilidad» a lo que decidió mantener cerca al extraño de sonrisa propia de la tentación.

Un mes pasó desde que Akuru dejó el mundo de los vivos. Julio estaba a un par de días de llegar y las alimañas carroñeras de Yokohama se estaban disputando el tesoro acumulado de El Pez. Ocho organizaciones se disputaban por meros yenes apilados por alguien con una tendencia al hedonismo egoísta. Tatsuhiko repasó lo que resultaría de este conflicto: nadie sobreviviría y alguien más se haría de la fortuna. Ese alguien gustaba de beber té con él todas las tardes; como si fueran cercanos.

No me sueltes - [Dazatsu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora