Capítulo 20

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Hola!

Ali llega con un capítulo más muajajaja

Y aquí empezamos con la mitología japonesa y eso :'D Una complicación tanto para la trama como para mí ;u;

Por qué me gusta enredar la trama? Agh! Bueno, que aquí ustedes no son los únicos que están leyendo el fic, pues en el capítulo se sabrá que alguien más lo hace jojo Aunque no por gusto.

Sin más a leer!

~°*†*°~+~°*†*°~

—Creo haberte dicho que no te encariñaras más con ese niño, Atsushi —recalcó Soseki al muchachito que le hizo lanzar el Libro lo más lejos posible.

—Natsume-san, lo siento. Lo intenté...

Soseki bufó.

—¿En serio?

Atsushi al menos tuvo la decencia de verse arrepentido. Ambos estaban en la casona abandonada, sentados frente a frente a la mesa de té donde descansaban sus tazas con el líquido humeante y el Libro en medio. El mismo que se iluminaba cuando aparecía una nueva página escrita. De esta manera Soseki sabía lo que estaba haciendo el joven, pero lo que ocurrió los últimos días...

—Dime, ¿qué parte de «Te amo» te parece un intento? O mejor aún, la frase del año, «Tendremos sexo hasta que cumplas dieciséis», ¿eh?

En vez de sonrojo era como si quisiera rivalizar con alguna antorcha. Pero eso no le importó a Bakeneko, no cuando leyó un par de párrafos recién escritos y enterarse que el chico-tigre no solo se había confesado al pequeño-monstruo, sino que incluso estaban teniendo encuentros íntimos. ¡En cualquier momento podía desaparecer! ¿No lo entendía? Tal vez estos meses en los que dejó de comunicarse con él provocaron que Atsushi se olvidase de su situación y lo que su mera presencia estaba causando en esta línea temporal.

Aunque Soseki tenía una pregunta ¿en realidad qué tanto se estaba cambiando este pasado? ¿Contra qué podía compararlo? Solo había una manera de saberlo, aunque las probabilidades de éxito eran mínimas.

Tendría que ir al templo que resguardaba la espada de Amaterasu, la katana nombrada Shintou Amenogozen. Si mal no recordaba, esta fue un regalo de la propia diosa por «compasión» a un sacerdote devoto de su templo. Una miko en entrenamiento, que era la única hija del hombre, había fallecido a causa de un accidente. El sacerdote lloró desconsoladamente, incluso mientras realizaba el satokagura en honor a la deidad. Bakeneko fue testigo de cómo ella descendió y entregó el acero capaz de cortar el tiempo y espacio. «Con el filo podrás regresar el tiempo a cuando su corazón palpitaba. Aunque el precio serán años de tu existencia» había dicho Amaterasu al sacerdote postrado ante ella. «No importa. Este siervo aceptará tal precio» replicó él con la frente pegada al suelo. La niña regresó a la vida, el padre envejeció rápidamente, pero la felicidad de ver a la pequeña fue tal que, en honor a la diosa, cada año se realizaría un satokagura con la espada que, con el tiempo, se volvería una reliquia familiar.

Soseki sabía dónde encontrarla, mas el precio por usarla podría ser muy alto. Si a un humano unos segundos en el pasado fueron equivalentes a años, ¿qué sería de Atsushi o de él mismo?

Pero antes de eso, tenía que hablar seriamente con el muchacho.

—Atsushi, no creas que me enfada tu amor juvenil —explicó Soseki luego de un suspiro largo—. En otras circunstancias esta conversación ni siquiera la estaríamos teniendo, pero no es el caso, muchacho. Estás jugando no solo con tu destino sino con el de ese niño. Dime, ¿has pensado qué será de él si un día desapareces? ¿Qué crees que hará cuando su motivo de vivir le sea arrebatado?

No me sueltes - [Dazatsu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora