XXVI

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La noche siguiente, Pablo y yo estudiamos en un Starbucks unas cuantas horas. Bueno, yo estudio y él no para de levantarse para hablar con
gente del colegio. De vuelta a casa, pregunta:
—¿Te anotaste al viaje para esquiar?

—No. Odio esquiar.

Sólo la gente como Pablo y sus amigos se va a esquiar. Podría intentar convencer a Vico de que me acompañe, pero lo más probable es que se ría en mi cara. Ella no va a excursiones
escolares.
—No tenes por qué esquiar. Podes hacer snowboard. Es lo que yo hago.

Le ofrezco una mirada escéptica.
—¿Me imaginas haciendo snowboard?

—Te voy a enseñar. Dale, va a ser divertido. ¡Por favor, por favor, por favor,
Mía! La vamos a pasar bien, te lo
prometo —dice, y me toma de la mano.
Su comportamiento me toma por sorpresa. El viaje no va a ser hasta las
vacaciones de Navidad. Y eso significa que quiere seguir con esto, con lo nuestro, hasta entonces. No sé por qué, pero me siento aliviada.

—Si no queres hacer snowboard, el hotel tiene una gran chimenea de piedra y sillones cómodos. Podes sentarte a leer durante horas. Y
preparan el mejor chocolate caliente. Te voy a invitar a uno.— Pablo me aprieta la mano y siento una corriente eléctrica en el corazón.

—Está bien, voy a ir. Pero más te vale que el chocolate sea tan bueno como
dijiste.

—Te voy a invitar todos los que quieras.

Cuando llegamos a mi casa, me bajo del auto y él se va antes de que pueda acordarme de que dejé el bolso en el auto. Natalia y papá no están en casa. Están en la escuela de Taly, en una reunión de padres y profesores.

Busco a ciegas, palpando a oscuras en
busca de las llaves de repuesto que están escondidas debajo de una de las macetas. Entonces recuerdo que las llaves de repuesto están en un
cajón, en casa, porque no me acordé de ponerlas en su lugar la última vez que me las olvidé.
No tengo ni llaves, ni teléfono, ni ninguna manera de entrar en casa.

¡Manuel! Él tiene una llave extra. Riega las plantas de papá cuando nos vamos de vacaciones.

Encuentro una piedra en el suelo y me coloco debajo de su ventana. Tiro la piedra, pero no llega. Encuentro otra y
golpea el cristal, prácticamente sin hacer ruido. Lo vuelvo a intentar con
una piedra más grande. Esta vez sí.
Manuel abre la ventana y saca la cabeza.
—Hola. ¿Ya se fue Bustamante?

Sorprendida, respondo:
—Sí. Me olvidé mis cosas en su auto. ¿Me podes tirar la llave de repuesto?

Él suspira como si le estuviera pidiendo un gran favor.
—Espera un segundo —dice y desaparece.

Me quedo de pie esperándolo debajo de la ventana, pero en vez de
sacar la cabeza otra vez, sale por la puerta.
Alargo la mano para que me dé las llaves y Manuel las deja caer encima.
—Gracias, Manu.

Me doy la vuelta para irme, pero él me frena:
—Espera. Estoy preocupado por vos.

—¿Qué? ¿Por qué?

Manuel deja escapar un suspiro.
—Es lo de Pablo…

—Otra vez no, Manu…

—Es un mujeriego. No es lo bastante bueno para vos. Vos sos… inocente.
Sos diferente del resto de las chicas. Él es el típico chico. No podes confiar en él.

—Creo que lo conozco mucho mejor que vos.

—Pero es que me preocupo por vos. Sos como mi hermana pequeña —
prosigue, y se aclara la garganta. Quiero golpearlo por decir eso.

—No, no lo soy —respondo.

Un ademán de incomodidad le aparece en la cara. Sé en lo que está pensando porque los dos lo estamos pensando.

Justo en ese momento, unas luces iluminan la calle. Es el auto de Pablo.
Volvió. Le devuelvo las llaves a Manuel y corro a la entrada de mi casa. Miro hacia atrás y le grito:
—¡Gracias, Manu!

Me acerco al auto por el lado del conductor. La ventanilla de Pablo está
baja.
—Te olvidaste el bolso —dice, echando un vistazo a la casa de Manuel.

—Sí. Gracias por volver. —le respondo, casi sin aliento.

—¿Está ahí fuera?

—No sé. Lo estaba hace un momento.

—Entonces, por las dudas… —Pablo saca la cabeza por la ventanilla y me
besa en los labios.

Estoy estupefacta. Cuando arranca el auto, está sonriendo.
—Buenas noches, Mía.

Él se adentra en la noche y yo sigo ahí de pie con los dedos en los labios. Pablo Bustamante acaba de besarme. Me besó y me gustó. Estoy casi segura de que me gustó. Estoy casi segura de que me gusta Pablo.

A la mañana siguiente estoy tranquila
cuando lo veo venir por el pasillo. Todavía no me vio.
—Hola —me saluda.

—Hola.

—Venía a tranquilizarte. No voy a volver a besarte, así que no te preocupes.— Dice

De modo que eso es todo. No importa si me gusta o no porque yo no le gusto. Parece una boludez estar tan decepcionada por algo que recién acabas de darte cuenta de que querías, ¿no?

«Que no se dé cuenta de que estás decepcionada».
—No estaba preocupada —respondo.

—Sí que lo estabas. Mira tu cara.
Él se ríe y yo intento calmar mi expresión, parecer tranquila.
—No va a volver a pasar. El beso fue para Aguirre.

—Bien.

—Bien —corrobora él, y me da la mano y me acompaña al aula como si fuese un novio de verdad, como si estuviéramos enamorados de verdad.

¿Cómo voy a saber lo que es real y lo que no? Parece que soy la única que no conoce la diferencia.

A todos los chicos de los que me enamoré Donde viven las historias. Descúbrelo ahora