XLIV

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Llaman a la puerta de mi habitación.
Levanto la cabeza de la almohada.
—Adelante.

Papá entra y se sienta al escritorio.
—Tenemos que hablar —dice, rascándose la nuca como hace siempre
que se siente incómodo.

Me da un giro el estómago. Me incorporo y me abrazo las rodillas.
—¿Luna te lo contó?

Papá se aclara la garganta. No puedo ni mirarlo.
—Sí. Esto es un poco incómodo. No tuve que hacer nada de esto con Luna, así que… —Papá vuelve a aclararse la garganta— Sólo te voy a decir que pienso que sos demasiado joven para tener relaciones sexuales, Mía. No creo que estés preparada. ¿Pablo te presionó?

Siento que toda la sangre me sube a la cara.
—Papá, no hicimos nada.

Él asiente, pero no me cree.
—Soy tu papá, así que, como es lógico, preferiría que esperaras hasta que tuvieras cincuenta años. —Carraspea una vez más—. Quiero que tengas cuidado. Voy a pedir cita con el doctor Hudecz el lunes.

Empiezo a llorar.
—¡No necesito ninguna cita porque no hice nada! Ni en el jacuzzi ni en ningún lado. Alguien lo inventó. Tenes que creerme.

Papá tiene una expresión angustiada.
—Mía, sé que no es fácil hablar de esto con tu papá, en vez de hacerlo con tu mamá. Desearía que ella estuviese aquí para guiarnos.

—Yo también, porque ella me creería.

Lloro sin parar. Bastante tengo con que los desconocidos tengan mala
opinión de mí, pero nunca me habría imaginado que mi familia lo creería.

—Perdón —se disculpa y me abraza—. Perdón. Te creo.  No quiero que crezcas tan rápido, ¿sabes? Cuando te miro, me pareces tan chica como Taly.

Me hundo en sus brazos. No hay lugar más seguro.
—Esto es un desastre. Vos ya no confías en mí, Pablo y yo cortamos, y
Luna me odia.

—Confío en vos. Obvio que confío en vos. Y desde luego que te vas reconciliar con Luna, igual que siempre. Estaba preocupada por vos, y por eso acudió a mí.

No lo estaba. Lo hizo por despecho. Ella tiene la culpa de que papá pensara eso de mí, aunque fuera sólo por un segundo.
Papá me levanta la cara y me seca las lágrimas.
—Pablo debe de gustarte mucho, ¿no?

—No. Capaz. No sé —sollozo.

Papá me coloca un mechón de pelo detrás de la oreja. —Todo se va a arreglar.

Existe un tipo específico de pelea que sólo puedes tener con tu hermana.
Es el tipo de pelea en la que decis cosas que no podes retirar. Las decis porque no podes evitarlo, porque estás tan enojada que la furia te sale de los ojos y de la garganta.

En cuanto papá se va y escucho que entra en su habitación para irse a
dormir, irrumpo en la habitación de Luna sin llamar. Ella está en su escritorio con su computadora. Levanta la vista sorprendida.

Secándome los ojos, digo:
—Podes enojarte conmigo cuanto quieras, pero no tenes ningún derecho a hablar con papá a mis espaldas.

—No lo hice para vengarme —responde, con la voz tensa como la cuerda de un piano—. Lo hice porque es obvio que no tenes ni idea de lo que estás haciendo y, si no tienes cuidado, vas a terminar siendo parte de una estadística adolescente. —Con frialdad, como si hablase con un desconocido, sigue—: Cambiaste, Mía. Para serte sincera,
ya ni te conozco.

—¡No, definitivamente no me conoces si crees por un solo segundo que me acostaría con alguien en un viaje escolar! ¿En un jacuzzi, a plena vista de cualquiera que pase por casualidad? ¡No me conoces en absoluto! —Y entonces juego el as que me estuve guardando en la manga—. El hecho de que te hayas acostado con Manuel no significa que yo me vaya a acostar con Pablo.

Ella se queda sin aliento.
—Baja la voz.

Me alegro de haberle hecho tanto daño como ella me lo hizo a mí.
—Ahora que papá está decepcionado conmigo, ya no va a poder estarlo
con vos, ¿no? —digo en voz bien alta.

Me doy la vuelta para volver a mi habitación, pero Luna me sigue
de cerca.
—¡Volve acá! —grita.

—¡No! —Intento cerrarle la puerta en la cara, pero la para con el pie.— ¡Andate!

Apoyo todo mi peso en la puerta, pero Luna es más fuerte que yo. Abre la puerta a la fuerza, y la cierra detrás de ella. Avanza hacia mí y yo me limito a retroceder. Ahora es ella la que tiene la superioridad moral, y siento que
empiezo a achicarme.
—¿Cómo sabes que Manuel y yo nos acostamos, Mía? ¿Te lo contó él
mientras se veían a mis espaldas?

—¡No nos veíamos a tus espaldas! No fue así.

—Entonces ¿cómo fue?

Se me escapa un sollozo.
—A mí me gustó primero. Me gustó todo el verano de antes de noveno.
Pensé… pensé que yo también le gustaba. Pero un día dijiste que estaban saliendo, entonces me lo callé. Le escribí una carta de despedida.

—¿De verdad esperas que me compadezca de vos?

Su expresión se retuerce en una mueca de decepción.
—No. Estoy intentando contarte lo que pasó. Dejó de gustarme, te lo juro. No volví a pensar en él de esa manera, pero entonces, después de que te fueras, me di cuenta de que en el fondo seguía sintiendo algo por él. Y entonces alguien envió mi carta y él lo descubrió, así que empecé a fingir que salía con Pablo…

Ella sacude la cabeza.
—Basta, ya no quiero escucharlo. No sé ni de qué estás hablando.

—Manuel y yo sólo nos besamos una vez. Una vez. Y fue un error terrible…
¡y ni siquiera quería hacerlo! Es a vos a la que quiere, no a mí.

—¿Cómo voy a creer lo que digas de ahora en adelante?

—Porque es la verdad. No tenes ni idea del poder que ejerces sobre mí. De lo mucho que me importa tu opinión. Lo mucho que te admiro —me
sincero, temblando.

El gesto de Luna se contrae. Está conteniendo las lágrimas.

—¿Sabes lo que me decía siempre mamá? «Cuida a tus hermanas». Y
eso es lo que hice. Siempre intenté sobreponerlas a Taly y a vos. ¿Tenes
idea de lo dificil que fue estar tan lejos de ustedes? ¿Y de lo sola que me sentía? Lo único que quería era volver a casa, pero no podía, porque tengo que ser fuerte. Tengo que ser un buen ejemplo. No puedo ser débil. Tengo que enseñarles a ser fuertes. Porque mamá no está acá para hacerlo —Luna habla con respiración entrecortada.

Me brotan lágrimas de los ojos.
—Lo sé. No tenes que decírmelo, Luna. Sé lo mucho que haces por nosotras.

—Pero entonces me fui y parecía que ya no me necesitaban tanto como pensaba. —Se le quiebra la voz—Les iba bien sin mí.

—¡Sólo porque vos me enseñaste todo lo que sé!

Ella se desmorona.
—Lo siento. Lo siento mucho —sollozo.

—Te necesitaba, Mía.

Luna da un paso adelante y yo otro, y caemos en brazos la una de la otra, y el alivio que siento es inconmensurable. Somos hermanas, y eso no lo va a cambiar nada de lo que ella o yo podamos decir o hacer.

A todos los chicos de los que me enamoré Donde viven las historias. Descúbrelo ahora