XXVIII

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Sacamos todos los viejos libros y revistas de cocina de mamá, los extendemos por el suelo y Natalia hace una lista de las cosas que quiere cocinar.
Pablo está acá; vino al terminar las clases para estudiar química, y aunque terminamos hace un par de horas sigue acá. Taly y él están repasando los libros de cocina. Papá está en la cocina escuchando la radio y organizando el almuerzo de mañana.
—¡Otra vez pollo no, por favor! —grito desde el sillón.

Pablo me da un toque en el pie y articula la palabra «malcriadas»
señalándonos a Taly y a mí y sacudiendo la cabeza con gesto
desaprobador.

—Lo que vos digas. Tu mamá te prepara la comida todos los días, así que shh —susurro.

—Eh, yo también estoy harto de comer eso, pero ¿qué queres que haga? ¿Que lo tire a la basura? —responde papá.

Nati y yo intercambiamos miradas.
—Básicamente, sí —le digo.

—Si tuviésemos un perro, no quedarían sobras —añade Taly en voz bien alta, y me guiña un ojo.

—¿Qué raza de perro queres? —le pregunta Pablo.

—No le des esperanzas —le digo, pero no me hace caso.

—Un akita. Tienen el pelaje rojo. O un pastor alemán para poder amaestrarlo y que sea un perro lazarillo —responde ella de inmediato.

—Pero si no estás ciega…

—Pero podría estarlo algún día.

Él sacude la cabeza con una sonrisa. Vuelve a darme un toque y, en
tono de admiración, comenta:
—No se puede discutir con esta nena.

—Es básicamente inútil. ¿Qué te parece? ¿Galletitas de chocolate blanco
y naranja? —le pregunto a Natalia levantando una revista.

Ella las añade a la lista de posibles.
—Eh, ¿y éstas? —Pablo me pasa uno de los libros. Está abierto en la página de las galletitas de fruta abrillantada.

Finjo una arcada.
—¿Lo decis en serio? Es joda, ¿no? Son
horribles.

— Mi tía abuela las preparaba y le ponía helado encima y era riquísimo.—se defiende él.

—Si le añadis helado, todo es rico —comenta Taly.

—No se puede discutir con esta chica. —digo, y él y yo intercambiamos sonrisas por encima de la cabeza de Taly.

—Olvídate de las de fruta. —dice
Pablo, y Natalia las tacha de su cuaderno.
De repente suena el timbre. Taly se levanta de un salto y corre a la puerta.

—¡Manu! —Escucho que grita.

Pablo levanta la cabeza de repente.
—Vino a ver a Taly —le digo.

—Sí, claro.

Manuel entra en el salón con Natalia colgada del cuello como un mono.
—Hola —dice, y su mirada se desvía hacia Pablo.

—Hola amigo, ¿todo bien? Sentate —lo saluda Peter.
Le miro extrañada. Hace un segundo estaba quejándose, y ahora le dice amigo. No entiendo a los chicos.

Manuel levanta una bolsa de plástico.
—Vengo a devolverte esto.

—¡¿Es Manuel?! —grita papá desde la cocina—. Manu, ¿queres comer algo?

—¡Claro!
Manu se zafa de Taly y se sienta con nosotros.

—Vas a preparar mis preferidas, ¿no? —Manuel me mira con ojos de suplica, cosa que siempre me hace reír.

—¿Cuáles son tus favoritas? —le pregunta Pablo—. Porque me parece
que la lista está prácticamente cerrada.

—Estoy casi seguro de que ya están en la lista —dice él.

Mi mirada va de Manuel a Pablo. No tengo muy claro si están jodiendo o no.

Pablo alarga el brazo y le hace cosquillas en los pies a Taly.
—Leenos la lista, Natalia.

Ella ríe por lo bajo y se da la vuelta con su cuaderno. Después se pone
de pie y en tono solemne, dice:
—Las galletitas de M&M’s son un sí, las galletitas de capuchino son un
quizá, las de chocolate blanco y naranja son un quizá, las de fruta son un para nada…

—Espera un segundo, yo también formo parte de esta junta y rechazaron mi propuesta sin pensarlo ni un segundo—
Se queja Pablo.

—¡Hace como cinco segundos dijiste que nos olvidaramos de las de fruta! —me defiendo.

—Bueno, ahora quiero que las tomen en consideración.

—Perdón, pero no tenes los votos necesarios. Taly y yo votamos que
no, así que son dos contra uno.

Papá saca la cabeza por la puerta de la cocina.
—Anotemme como un sí para las de fruta —pide antes de que su cabeza vuelva a desaparecer dentro de la cocina.

—Gracias, doctor Colucci —Agradece Pablo. Tira de mí para que me
acerque a él y añade—: ¿Ves? Sabía que tu papá estaba de mi lado.

Y entonces me fijo en Manuel y nos está mirando con expresión incómoda,
como si se sintiera excluido. Esa expresión hace que me sienta culpable.

Me separo de Pablo y me dedico a leer otra vez los libros de cocina.
—La lista todavía es provisional. La junta de las galletitas va a tomar en
consideración tu sugerencia de galletas de chocolate blanco y arándanos —le aseguro.

—Se lo agradezco profundamente. La Navidad no es Navidad sin tus galletitas de chocolate blanco y arándanos —dice Manuel.

—Eh, Manu, no seas chupamedias —exclama Taly. Manuel la levanta y le
hace cosquillas hasta que le lloran los ojos de tanto reír.
Después de que Manuel se vaya y Taly suba arriba a ver la tele, ordeno
el lugar y Pablo se queda despatarrado en el sillón observándome.
No dejo de pensar que está a punto de irse, pero no se mueve.

Y de la nada, dice:
—¿Te acordas de Halloween, cuando vos eras Hermione y Aguirre Harry Potter? Apuesto a que no fue ninguna casualidad. Me apuesto un millón de dólares a que convenció a Taly para que averiguara de qué ibas a ir disfrazada y después corrió a la tienda y se compró el disfraz de Harry Potter. A Manuel le gustas.

Me quedo de piedra.
—No le gusto. Quiere a mi hermana. Siempre la quiso y siempre lo va a hacer.

Pablo no me hace caso.
—Espera y vas a ver. Cuando vos y yo cortemos, se te declara. Te lo digo yo, que sé cómo piensan los chicos.

—Mi hermana va a estar en casa para las vacaciones de Navidad. Te
apuesto un millón de dólares a que vuelven a estar juntos.

Pablo alarga la mano para que se la estreche y, cuando lo hago, tira de
mí para que me siente junto a él en el sillón. Nuestras piernas se tocan.

Tiene una expresión traviesa en la mirada y pienso que va a besarme y
estoy asustada, pero también emocionada.

Pero entonces escucho los pasos de Taly que baja por la escalera y la magia se desvanece.

A todos los chicos de los que me enamoré Donde viven las historias. Descúbrelo ahora