XXXV

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Los tres vamos al aeropuerto a buscar a Luna. Taly hizo un cartel en el que dice «BIENVENIDA A CASA». No dejo de
buscarla con la mirada y cuando sale, casi no la reconozco por un momento: ¡qué corto tiene el pelo! Lo tiene por los hombros. Cuando nos ve, saluda con la mano y Taly suelta el cartel para correr hacia ella. Entonces nos abrazamos todos y papá tiene lágrimas en los ojos.
—¿Qué te parece? —me dice, y sé que se refiere a su pelo.

—Te hace parecer más madura —miento, y a ella se le ilumina el
rostro. La verdad es que parece más joven, pero sé que no le gustaría escucharlo.

Estoy impaciente por enseñarle todas las galletas que hemos
preparado, pero cuando llegamos a casa y entra en el comedor y le enseño todos los tarros de galletitas, frunce el ceño.
—¿Hicieron todo esto sin mí?

Me siento un poco culpable, pero, para ser sincera, pensaba que a ella no le iba a importar. A ver, estaba en Escocia, haciendo cosas mucho más divertidas que cocinar galletitas.
—Bueno, sí. Tuvimos que hacerlo.

—Este año hemos preparamos algunas nuevas. Proba la de chocolate blanco y naranja; está buenísima.

Luna revisa la caja y pone una mueca.
—¿No hicieron las de miel?

—Este año no… Decidimos hacer las de chocolate blanco y naranja en su lugar. —Agarra una y observo cómo la mordisquea—. Está rica, ¿no?

—Mmm —asiente.

—Las eligió Taly.

Luna echa un vistazo al salón.
—¿Cuándo armaron el árbol?

—Nati estaba impaciente —respondo, y sé que parece una excusa, pero
es la verdad.

—¿Cuándo lo pusieron?

—Hace un par de semanas —respondo. ¿Por qué está de tan mal humor?

—Es mucho tiempo. Seguro que va a estar hecho un desastre para Navidad.

Dice mientras se acerca al árbol y cambia de rama un adorno de madera en forma de búho.
No sé por qué, pero esta conversación parece una pelea, y nosotras
nunca nos peleamos.

Pero entonces bosteza y dice:
—Llevo encima el jet lag. Creo que me voy a dormir una siesta.

Cuando llevas mucho tiempo sin ver a alguien, al principio intentas
guardar todas las cosas que queres explicarle. Tratas de almacenarlo
todo en tu mente. Pero es como sostener un puñado de arena.
Porque para cuando se vuelven a ver, sólo podes ponerte al día de las cosas importantes.

¿Es así como la gente pierde el contacto? No creí que pudiera pasar
entre hermanas. Capaz les pase a los demás, pero no a nosotras. Antes de que Luna se fuera, sabía lo que estaba pensando sin tener que preguntar. Ahora ya no. Lo único que sé es que le gustan sus clases y que visitó Londres una vez. Así que, básicamente, no sé nada.
Ni ella tampoco. Hay cosas importantes que no le expliqué, como que alguien envió mis cartas. La verdad sobre Pablo y yo. La verdad sobre Manuel y yo.

Me pregunto si Luna también la siente. La distancia entre las dos. Si siquiera la nota.

Estamos cenando, cuando Taly pregunta:
—Mía, ¿qué le vas a regalar a Pablo en Navidad?

Miro de reojo a Luna, quien también me está mirando.
—No sé. Todavía no pensé en ello.

—¿Puedo acompañarte a comprarlo?

—Obvio…, si le compro algo.

—Tenes que hacerlo: es tu novio.

—Sigo sin poder creer que estés saliendo con Pablo Bustamante —tercia Luna.

No lo dice en el buen sentido, como si fuese algo positivo.
—¿Podes dejarlo?

—Perdón, es que no me gusta.

—Bueno, no tiene que gustarte a vos sino a mí —le respondo, y ella se
encoge de hombros.

Papá y Taly se van a la cocina a buscar el postre, y Luna mira por la ventana, en dirección a la casa de Manuel.
—Manuel quiere verme luego. Espero que entienda por fin que cortamos y no intente venir a casa todos los días mientras esté acá. Necesita pasar página.

Qué comentario tan malo. Es ella quien estuvo llamando a Manu, y no
al revés.
—No estuvo sufriendo de amor, si eso es lo que pensas. Es perfectamente consciente de que cortaron.

Ella me mira sorprendida.
—Bueno, espero que sea cierto.

—¿Me vas a ayudar a convencer a papá de que le regale un cachorro por
Navidad a Taly?

Luna suelta un gruñido.
—Los cachorros dan mucho trabajo. Tenes que sacarlos a hacer pis
como un millón de veces al día. Y sueltan pelo como locos. No vas a poder volver a usar pantalones negros. Además, ¿quién lo va a pasear, le va a dar de comer y va a cuidar de él?

—Lo va a hacer Taly, y yo la voy a ayudar.

—Ella no está preparada para asumir esa responsabilidad —y sus ojos
dicen «Y vos tampoco».

—Natalia maduró mucho desde que te fuiste. —«Y yo también»—. ¿Sabes que se prepara su propia comida? ¿Y que ayuda con la ropa sucia? Tampoco tengo que obligarla a que haga los deberes. Los hace sola.

—¿En serio? Entonces, estoy impresionada.

¿Por qué no puede decir: «Muy bien, Mía»? Eso es lo único
que pido. Que reconozca que cumplí con mi responsabilidad de cuidar de la familia mientras ella no estaba. Pero no.

A todos los chicos de los que me enamoré Donde viven las historias. Descúbrelo ahora