XX: Plantada

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Durante la clase de química, Pablo me escribe una nota: ¿Puedo ir a tu
casa esta noche a estudiar para la prueba?

Le respondo: Las clases particulares no estaban incluidas en el
contrato
Después de leerla, se gira y me pone cara de pena. «Era broma», articulo en silencio.

Durante la cena, anuncio que vendrá a estudiar y que vamos a
necesitar la cocina. Papá arquea las cejas.

-Dejen la puerta abierta -bromea: no tenemos puerta en la cocina.

-Papá... -Gruñimos Taly y yo.

Como si nada, papá pregunta:
-¿Pablo es tu novio?

-Mm, algo así -respondo.

Después de comer, Natalia y yo lavamos los platos y convierto la cocina en una sala de estudio.
Dijo que llegaría a las nueve. Al principio, creo que llega tarde como
siempre, pero a medida que pasan los minutos, entiendo que no va a
venir. Le mando un mensaje pero no contesta.

-¿No va a venir Pablo? -pregunta Taly. Finjo estar tan concentrada
estudiando que no la oigo.

Hacia las diez me envía un mensaje que dice: Perdón, surgió una
cosa. No puedo ir.
No dice dónde está ni lo que está haciendo, pero ya lo sé. Está con Marizza. Durante el almuerzo, estaba distraído; no paraba de enviar mensajes con el celular. Y más tarde, los vi delante del vestuario de chicas. Ellos no me vieron, pero yo a ellos sí.

Sólo estaban hablando, pero con Marizza no puede limitarse a hablar.
Ella le puso la mano en el brazo y él le corrió el pelo de los ojos.
Sigo estudiando, pero es difícil concentrarse cuando te sentis mal.
Me digo a mí misma que es porque tuve que ordenar el piso de abajo. A ver, dejar plantado a alguien es de mala educación. Y además, ¿qué sentido tiene toda esta farsa si va a volver con ella de todos modos? ¿Y qué saco yo de todo esto? Las cosas mejoraron entre Manuel y yo, prácticamente volvieron a la normalidad. Si quisiera, podría terminar con todo esto.

A la mañana siguiente, me levanto enojada. Llamo a Manuel para pedirle
que me lleve a clase. Por un segundo, me da miedo que no responda; hace
mucho que no nos vemos. Pero responde y dice que no hay problema.

Veamos la gracia que le hace a Pablo cuando venga a casa a buscarme y no esté ahí.
A medio camino del instituto, empiezo a sentirme mal. Quizá tenía una buena razón para no venir. Quizá no estaba con Marizza.
Manuel me mira con desconfianza.
-¿Qué te pasa?

-Nada.

No me cree.
-¿Te peleaste con Pablo?

-No.

Él suspira y dice:
-Tene cuidado. No quiero que te lastime.

-¡Manuel! No me va a lastimar, por Dios.

-Es un idiota. Perdón, pero lo es. Todos los del equipo de fútbol lo son. Los tipos como él sólo quieren una cosa. En cuanto consiguen lo que quieren, se aburren.

-Pablo no. ¡Salió con Marizza cuatro años!

-Confía en mí. No tenes mucha experiencia con chicos, Mía.

-¿Y vos qué sabes? -pregunto en voz baja.

-Porque te conozco.

-No tanto como crees.

Los dos nos mantenemos callados el resto del trayecto.

Tampoco es para tanto. Pablo va a pasar por mi casa, va a ver que no estoy y se va a ir. No pasa nada, sólo tuvo que desviarse cinco minutos
de su camino habitual. Anoche yo lo estuve esperando durante dos horas.

Cuando llegamos al instituto, Manuel se va a sus clases y yo a las mías.
Miro al final del pasillo, donde siempre está Pablo, pero todavía no llegó. Espero hasta que suena el timbre. Sigue sin venir.
El profesor Schuller está pasando lista y cuando levanto la vista, lo veo de pie en la entrada fulminándome con la mirada. Trago saliva y bajo los ojos fingiendo no haberlo visto. Pero entonces dice mi nombre y
sé que tengo que hablar con él.

-Señor Schuller, ¿puedo ir al baño?

-Tendrías que haber ido antes de clase -se queja, pero me da permiso.

Me apuro a salir y saco a Pablo de la entrada para que el profesor no nos vea.
-¿Dónde estabas? -me recrimina.

Me cruzo de brazos y me pongo derecha. No sirve de mucho porque soy
muy bajita y él es muy alto.
-Mira quién habla.

-¡Al menos te mandé un mensaje! Te llamé como diecisiete veces.
¿Por qué tenes el celular apagado? -resopla.-Mía, te estuve esperando veinte minutos.

Mierda.

-Bueno, perdón.

-¿Cómo viniste? ¿Te trajo Aguirre?

-Sí.

Pablo suelta un suspiro.
-Mira, si te enojaste porque no pude ir anoche, tendrías que haber llamado para decírmelo en vez de hacer este lío de mierda.

-¿Y bien? ¿Dónde estabas? ¿Estabas con Marizza?

No le pregunto lo que de verdad quiero saber: «¿Están juntos de nuevo?».

Pablo duda un momento y responde:
-Me necesitaba.

No puedo ni mirarlo. ¿Cómo puede ser tan tonto? ¿Cómo es que ella tiene tanto poder sobre él? ¿Es por todo el tiempo que pasaron juntos? ¿Es el sexo? No lo entiendo. Es decepcionante que los chicos
tengan tan poco autocontrol.

-Pablo, si vas a ir corriendo cada vez que te haga una seña, no le veo el sentido a todo esto.

-¡Mia, dale! Te pedí perdón. No te enojes. Perdón -dice, arrepentido.

-No quiero que vayas más a la casa de Marizza. ¿Qué crees que van a
pensar de mí?

Él me mira fijamente.
-No puedo darle la espalda, así que no me lo pidas.

-Pero Pablo, ¿para qué te necesita, si tiene otro novio?

-No espero que lo entiendas. Ella y yo... nos entendemos.

Él no lo sabe, pero cuando habla de Marizza, su gesto se suaviza. Es de ternura mezclada con impaciencia. Y algo más. Amor.
Pablo puede quejarse todo lo que quiera, pero sigue enamorado de ella.

-Podes mirar mis apuntes en el almuerzo -concluyo, y regreso a
clase.

Ahora empieza a tener sentido. Por qué se prestó a un plan como éste, y
por qué está perdiendo el tiempo con alguien como yo. No es para
olvidarse de ella. Es para no hacerlo. Soy su excusa. Le estoy
calentando la silla a Marizza. Cuando esa parte del rompecabezas
encaja por fin, todo lo demás también empieza a encajar.

A todos los chicos de los que me enamoré Donde viven las historias. Descúbrelo ahora