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A la mañana siguiente, llego al colegio y Pablo está esperándome ahí.
Entonces me agarra la mano y la sostiene mientras entramos juntos al colegio.
Ésta es la primera vez que camino por los pasillos de la mano de un chico. Debería ser un momento trascendental, especial, pero no lo es porque no es real. La verdad es que no siento nada.

Pablo no deja de pararse para hablar con gente, y yo permanezco ahí
de pie, sonriendo como si fuese lo más normal del mundo. Pablo Bustamante y yo. En una ocasión intento soltarle la mano, porque hace demasiado calor, pero él aprieta con más fuerza.

—Tenes la mano demasiado caliente —me quejo.

—No, es tu mano.

Seguro que a Marizza nunca le transpiran las manos.

Horas más tarde, estoy tirada en la cama, con la almohada tapándome la cara.
Me pongo la mano en la frente. No creo que pueda hacerlo. Es todo
tan… Quiero decir, los besos, las manos sudorosas, todo el mundo
mirando. Es demasiado.
Voy a tener que decirle que cambié de opinión y que no quiero seguir con esto y ya está. Voy a tener que ir a su casa. No está lejos. Todavía
me acuerdo de cómo llegar.

Bajo la escalera corriendo y paso junto a Taly, que tiene un plato de
Oreos y un vaso de leche en una bandeja.
— ¡Vuelvo enseguida!

Tardo menos de veinte minutos en llegar allí. Cuando llego, no hay ningún auto en la entrada. Él no está en casa.
Y ahora, ¿qué hago?
Me siento un momento para descansar. Tengo el pelo húmedo y sudado, y estoy agotada. Intento pasarme los dedos por el pelo, alisarlo un poco. Pero es una causa perdida.

Se me pasa por la cabeza la idea de enviarle un mensaje a Vico para
que venga a buscarme, pero aparece el auto de Pablo en la entrada. Él se baja y me arquea una ceja.

—Mira quién está acá. Mi novia.

Me pongo de pie y lo saludo con la mano.
—¿Podemos hablar un segundo?
Se pone la mochila en el hombro y se acerca a paso tranquilo. Se sienta y yo me quedo de pie frente a él.

— ¿Qué pasa? —Arrastra las palabras—. Déjame adivinar. Viniste porque estas arrepentida, ¿no?

Es tan engreído y está tan seguro de sí mismo. No quiero darle la
satisfacción de estar en lo cierto.
—Sólo quería repasar el plan —respondo mientras me siento a su lado
—. Tenemos que coordinar nuestras historias antes de que la gente
empiece a hacer preguntas.

Pablo arquea las cejas.
—Ah. Está bien. Tiene sentido. Bueno, ¿cómo empezamos a salir?

Apoyo las manos en el regazo y explico:
—Cuando tuve el accidente la semana pasada, nos encontramos por
casualidad y me llevaste a
casa. Estabas muy nervioso porque en realidad te guste desde que
íbamos a la escuela. Yo fui tu primer beso. Así que ésta era tu gran
oportunidad…

—¿Tú fuiste mi primer beso? —interrumpe—. ¿Qué te parece si lo
dejamos en que fui yo tu primer beso? Es mucho más creíble.

No le hago caso y sigo adelante.—Después del accidente, no pudiste dejar de pensar en mí, así que me invitaste a salir en cuanto Marizza te dejó.—Me aclaro la garganta—. Hablando del tema, me gustaría tener algunas reglas.

—¿Qué tipo de reglas? —pregunta, reclinándose.

— ¿Tenes lápiz y papel?
Él pone los ojos en blanco y busca en su mochila, saca un cuaderno
y me lo da. Busco una página en blanco y escribo: Contrato

— Es que… Me gustaría que estas
primeras veces me pasaran de verdad y no con vos.

Él parece estar pensándolo.
—Ah. Muy bien. Entonces reservemos algunas cosas.

—¿Sí?

—Claro. Para que las hagas cuando sea de verdad y no falsamente.

Estoy conmovida. ¿Quién iba a imaginar que Pablo fuera tan
considerado y generoso?

—Por ejemplo, no te invitaré a nada. Lo reservaremos para un chico a
quien le gustes de verdad.

Mi sonrisa se desvanece.
—¡No esperaba que me invitaras!

—Y no te voy a acompañar a clase, ni tampoco te voy a comprar flores.

Parece que a él le preocupa más su bolsillo que yo.
— Bueno, cuando estabas con Marizza, ¿qué le gustaba hacer?

—Siempre jodia para que le escribiera notas.

—¿Notas?

—Sí, en clase, No sé por qué, no podía enviarle un mensaje directamente.

Lo comprendo a la perfección. Ella no quería notas. Quería cartas. Cartas de verdad escritas con su propia letra en papel de verdad que pudiera tocar y conservar y releer siempre que quisiera.

—Te voy a escribir una nota todos los días —dice Peter de repente, con
entusiasmo—. Eso la va a volver loca.

Escribo: Pablo escribirá una nota para Mía todos los días.

Él se inclina hacia delante.
—Escribí que tenes que acompañarme a unas cuantas fiestas. Y que
nada de comedias románticas.

—¿Quién dijo nada de comedias románticas? No a todas las chicas
les gustan.

—Se nota que sos el tipo de chica a quien le encantan. Entonces ¿qué queda? —protesta.

—Películas de superhéroes, de miedo, históricas, documentales,
películas extranjeras…

Él pone una mueca, me saca el lápiz y el papel de las manos y escribe:
NADA DE PELÍCULAS EXTRANJERAS.
Y luego añade: El fondo de
pantalla del teléfono de Mía va a ser un foto de Pablo.

—¡Y viceversa! —replico, y lo apunto con el celular—. Sonríe.

Pablo sonríe y… Es irritante lo lindo que es. Hace ademán de
sacar el celular, pero lo detengo.

—Ahora no. Tengo el pelo asqueroso.¿Podes escribir que bajo ninguna circunstancia le vamos a decir la
verdad a nadie? —le pregunto.

Pablo lo anota y yo le saco el lapiz de las manos y subrayo dos veces
«bajo ninguna circunstancia».

—¿Qué hay de una fecha de finalización? —pregunto de improviso.

—¿A qué te referis?

—Me refiero a cuánto tiempo va a durar todo esto. ¿Dos semanas? ¿Un
mes?

Él se encoge de hombros.
—Lo que querramos.

—Pero ¿no crees que deberías definir…?

—Tenes que relajarte, Mía. La vida no tiene que ser tan organizada. —interrumpe.

Suspiro y digo:
— Siempre y cuando haya terminado cuando mi hermana vuelva a casa en Navidad. Siempre sabe cuándo estoy
mintiendo.

—Bien —asiente. Firmo el papel, y él también, y tenemos nuestro
contrato.

Soy demasiado orgullosa como para pedirle que me lleve a casa, y él
no se ofrece, entonces agarro y vuelvo caminando a casa.

A todos los chicos de los que me enamoré Donde viven las historias. Descúbrelo ahora