XLII

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Ya es navidad. Cuando terminamos de abrir los regalos, se nota que Taly está
decepcionada de que no haya ningún cachorro, pero no dice nada.
Le doy un abrazo y le susurro al oído:
—Todavía queda tu cumpleaños, el mes que viene —y ella se limita
a asentir.

Papá se va a la cocina y entonces
suena el timbre.
—Taly, ¿podes abrir vos? —dice desde allí.
Ella va a abrir y, unos segundos después, escuchamos un grito agudo.
Luna y yo vamos corriendo a la puerta, y encima de la alfombra de la entrada hay una canasta con un cachorro de color caramelo y un moño en el cuello. Las tres nos ponemos a saltar y a gritar.

Taly agarra al cachorro y corre con él al salón, donde la está esperando papá, con una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Gracias, gracias, gracias! —grita.

Según papá, fue a buscar al cachorro hace dos noches, y nuestra vecina lo estuvo escondiendo en su casa. Es un chico, por cierto. Lo descubrimos enseguida porque hace pis por todo el suelo de la cocina.

—¿Cómo se va a llamar? —pregunta Luna. Todos miramos a Taly, quien se mordisquea el labio inferior con expresión pensativa.

—No sé —dice.

—¿Sandy? —sugiero.

—Poco original —se burla ella.

— ¿Jamie?

—Jamie —repite papá—. Me gusta.

Luna asiente.
—Le queda bien.

—¿Cuál es su nombre completo? —pregunto, dejándolo en el suelo.

Taly responde de inmediato:
—Jamie Colucci, pero sólo lo vamos a llamar así cuando se porte mal. —Taly da una palmada y dice—. ¡Veni acá, Jamie!

Y Jamie se acerca corriendo, moviendo la cola como loco.
Nunca la había visto tan feliz ni tan paciente. Dedica todo el día a enseñarle trucos y pasearlo.
Me hace desear volver a ser pequeña para que todo pueda solucionarse
con un cachorro.

Sólo compruebo el celular una vez para ver si Pablo llamó. No lo hizo.

A todos los chicos de los que me enamoré Donde viven las historias. Descúbrelo ahora