XXXIV

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Cuando entro el sábado en el colegio, repaso en mi interior lo que
voy a decir. Capaz un simple «Hola, Marcos, ¿cómo estás? Soy Mía Colucci».
No lo veo desde octavo. ¿Y si no me reconoce? ¿Y si no se acuerda
de mí?

Repaso los anuncios de la entrada y encuentro el nombre de Marcos bajo «Asamblea General». Representa a la República Popular China.
La Asamblea General se reúne en el auditorio. Pensaba sentarme detrás para observar, pero no hay lugar, así que me quedo parada de brazos cruzados y busco a Marcos. Hay mucha gente, y todo el mundo está mirando hacia delante, así
que es difícil distinguirlo.

Un chico con un traje azul marino se gira, me mira y susurra:
—¿Sos un paje? —Lleva un folio doblado en las manos.

—Mmm...

No estoy segura de a qué se refiere, pero entonces veo a una chica que
va apurada y les entrega notas a los participantes.
El chico me deja el papel en la mano y se da la vuelta una vez más para escribir en su cuaderno. La nota va dirigida a Brasil, de parte de
Francia. Así que supongo que ahora soy un paje.

Las mesas no están en orden alfabético, así que empiezo a recorrer en busca de Brasil. Al final encuentro a Brasil, que es un chico de lentes, pero otros chicos levantan las manos con notas para entregar. Antes de darme cuenta, yo también voy apurada.

Veo a un chico por detrás con la mano levantada, así que me doy prisa
por agarrarla, y entonces gira la cabeza un poco. Dios mío, es Marcos, delegado de la República Popular China, y está a unos pocos metros de distancia.
Tiene el pelo rubio y un corte sencillo. Y las mejillas sonrosadas, exactamente como recordaba. Parece serio, concentrado, como si fuese un delegado de verdad y no de mentira.

A decir verdad, es justo como me lo imaginaba.
Él tiene la mano extendida para entregarme el papel mientras toma
notas con la cabeza inclinada. Agarro el papel y entonces levanta la
cabeza y me mira dos veces.
—Hola —susurro. Los dos seguimos teniendo la nota.

—Hola —responde él. Parpadea y entonces suelta el papel y yo me
apuro a entregarlo. Escucho que susurra mi nombre, pero no disminuyo la velocidad.

Examino el papel. Tiene la letra pulcra y precisa. Le entrego la nota a
Estados Unidos, ignoró a Reino Unido, que está agitando una nota en mi dirección y salgo por la puerta del auditorio.
Acabo de ver a Marcos Aguilar. Después de todos estos años, por fin lo vi. Y me reconoció. Enseguida supo quién era yo.

Durante el almuerzo, recibo un mensaje de Pablo.
¿Viste a Aguilar?

Escribo que sí, pero borro el mensaje antes de enviarlo. En su lugar,
escribo que no. No tengo claro el porqué. Creo que quizá prefiero
guardármelo para mí y ser feliz sabiendo que él se acuerda de mí, y
que con eso tengo suficiente.

A todos los chicos de los que me enamoré Donde viven las historias. Descúbrelo ahora