XXXVII

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Siempre pienso que esquiar podría terminar gustándome, pero después
voy a esquiar y me acuerdo de que, sí, lo detesto. Los otros están en las pistas negras y yo sigo en la verde; o sea, la zona de principiantes.

Estuve buscando a Pablo con la mirada, pero todavía no lo vi, y empiezo a sentirme un poco desanimada. Estoy planteándome la posibilidad de probar con la pista intermedia, para ver qué pasa, cuando lo veo a él y a sus amigos. Están llevando sus tablas en las manos. Y Marizza no está a la vista.

—¡Pablo! —grito, sintiéndome aliviada.
Gira la cabeza y creo que me vio, pero sigue caminando.

Me vio, sé que me vio.

Después de cenar, Vico vuelve a las pistas para hacer snowboard. Dice
que le encanta la sensación de adrenalina. Me dirijo a la habitación
cuando me encuentro con Pablo de nuevo. Lo acompañan Tomás y Guido. Llevan toallas colgadas del cuello.
—Hola, Colucci—dice Café golpeandome con la toalla—. ¿Dónde estuviste todo el día?

—Por ahí. —Miro a Pablo, pero me evita la mirada—. Los vi en las pistas.

—Entonces ¿por qué no nos llamaste? Quería presumirte mis trucos  —se lamenta Tomás.

—Bueno, llamé a Pablo, pero supongo que no me escuchó —respondo. Él por fin me mira a los ojos.

—No. No te había escuchado.

Su voz es tan fría e indiferente que mi
sonrisa se desvanece.
Guido y Tomás intercambian miradas, y Café le avisa a Pablo: —Nosotros vamos al jacuzzi —y se van trotando.

Él y yo nos quedamos de pie en el vestíbulo. Ninguno de los dos dice
nada.
—¿Estás enojado conmigo o algo? —pregunto al fin.

—¿Por qué iba a estarlo?

Y nos sumimos en el silencio una vez más.
—Fuiste vos quien me convenció de que viniera a esquiar. Lo menos que
podes hacer es hablarme.

—¡Lo menos que podías hacer vos era sentarte conmigo en el micro! —
exclama él.

Me quedo boquiabierta.
—¿De verdad estás tan enojado porque no me senté con vos?

Pablo suelta un suspiro de impaciencia.
—Cuando salis con alguien, hay cosas que… se hacen, ¿si? Como sentarse juntos durante un viaje. Es de esperar.

—No veo por qué es tan importante —respondo.

—Deja.
Se da la vuelta para irse, pero lo freno del brazo. No quiero pelearme con él. Quiero que lo pasemos bien como siempre que estamos juntos. Quiero que, al menos, siga siendo mi amigo. Sobre todo ahora que estamos a punto de terminar.

—Dale, no te enojes. No me di cuenta de que era tan importante. Me voy a sentar con vos a la vuelta, ¿sí?

—Pero ¿entendes por qué estaba enojado?

Asiento con un gesto.
—Muy bien, pero sabe que te perdiste unas donas de chocolate y café.

Me quedo boquiabierta.
—¿Cómo los conseguiste? ¡Pensaba que la tienda no abría tan temprano!

—Salí anoche solo para comprarlos para el viaje. Para los dos.

—Bueno, ¿queda alguno?

—No. Me los comí todos.

Parece tan orgulloso de sí mismo que alargo el brazo y le doy una palmada en el pecho.
Él me agarra de la mano y dice:
—¿Queres saber algo?

—¿Qué?

—Creo que empezabas a gustarme.

Me quedo completamente paralizada. Entonces aparto la mano y empiezo a agarrarme el pelo en una cola, pero me acuerdo de que no tengo ninguna goma del pelo. El corazón me late a mil por hora, y de repente me cuesta pensar.
—Dejate de joder.

—No te estoy jodiendo. ¿Por qué pensas que te besé en casa de Marcos en séptimo? Por eso te seguí la corriente con todo esto. Siempre me pareciste linda.

Los cachetes me arden.
Entonces inclina la cabeza hacia mí y le suelto:
—Pero ¿no estás enamorado de Marizza?

Él arruga el ceño.
—¿Por qué nombras siempre a Marizza? Estoy intentando hablar de
nosotros, y vos sólo queres hablar de ella. Sí, ella y yo tuvimos nuestra historia. Siempre va a ser importante para mí. Pero ahora… me gustas vos —dice, y se encoge de hombros.

No para de entrar y salir gente del hotel; un chico de clase pasa y le da una palmada en el hombro a Pablo.
—¿Qué hay?

Cuando se va, Pablo me pregunta:
—¿Qué decis? —Me está mirando, a la expectativa. Espera que le diga que sí.

Quiero decir sí, pero no quiero estar con un chico cuyo corazón le pertenece a otra. Por una vez, me gustaría ser la primera opción de alguien.

—Puede que pienses que te gusto, pero no es verdad. Si te gustara, no sentirías nada por ella.

Él niega con un gesto.
—Lo que haya entre ella y yo no tiene nada que ver con vos y conmigo.

—¿Cómo puede ser cierto cuando, desde el principio, la razón de todo
esto fue Marizza?

—Eso no es justo. Cuando empezamos, te gustaba Manuel —objeta Pablo.

—Ya no. Pero vos seguis queriendo a Marizza.

Frustrado, se separa de mí y se pasa las manos por el pelo.
—Dios, ¿desde cuándo sos una experta en el amor? Te gustaron cinco chicos en toda tu vida. Uno era gay, Marcos se mudó antes de que pudiese pasar
algo, y uno estaba saliendo con tu hermana. Y luego estoy yo. Mmm,
¿qué tenemos todos en común? ¿Cuál es el denominador común?

Siento que toda la sangre se me sube a la cabeza.
—Eso no es justo.

Pablo se inclina hacia delante y dice:
—Sólo te gustan los chicos con los que no tenes nada que hacer. Porque tenes miedo. ¿Qué es lo que te asusta?

Retrocedo hasta chocar con la pared.
—No tengo miedo de nada.

—Eso no te lo crees ni vos. Preferis crear una fantasía de alguien en tu
cabeza que estar con la persona real.

Lo miro enfurecida.
—Estás enojado porque no me desmayé de felicidad cuando el gran
Pablo Bustamante dijo que le gustaba. Tenes un ego enorme.

Sus ojos echan chispas.
—Bueno, siento no haberme presentado en tu casa con un ramo de flores para declararte mi amor eterno, Mía, pero ¿sabes qué?, el mundo real no es así. Madura un poco.

Ya es suficiente. No tengo por qué escuchar esto. Me doy la vuelta y me
voy. Miro hacia atrás y le digo:
—Disfruta del jacuzzi.

—Siempre lo hago —responde.

Estoy temblando.

¿Es cierto? ¿Cabe la posibilidad de que tenga razón?
Una vez en mi habitación, ni siquiera me lavo la cara. Apago las luces y me
meto directamente en la cama, pero no puedo dormir. Cada vez que cierro los ojos, veo la cara de Pablo.
¿Cómo va a decirme que madure?

Pero… ¿tendrá razón? ¿Sólo me gustan los chicos a los que no puedo tener? Siempre supe que él estaba fuera de mi alcance. Siempre supe que no me pertenecía. Pero esta noche me dijo que le gustaba. Me dijo lo que yo soñaba que dijera. ¿Por qué no le respondí que él también me gustaba cuando tuve la oportunidad?
Porque es verdad. Me gusta. Obvio que me gusta. ¿Qué chica no se enamoraría de Pablo Bustamante, el chico más lindo de entre todos los chicos lindos? Ahora que lo conozco, sé que es mucho más que eso.

No quiero seguir estando asustada. Quiero ser valiente. Quiero… empezar a vivir mi vida. Quiero enamorarme y que un chico se enamore de mí.

Antes de que pueda arrepentirme, me pongo el traje de baño, el abrigo, me guardo la llave de la habitación en el bolsillo y me dirijo al jacuzzi.

A todos los chicos de los que me enamoré Donde viven las historias. Descúbrelo ahora