XI

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El domingo por la noche estoy haciendo tarea en la cama cuando
recibo una llamada de un número desconocido.
—¿Hola?

—Hola. ¿Todo bien?

—¿Mmm…?

—¡Soy Pablo!

—Ah. ¿De dónde sacaste mi número?

—Eso no importa.
Se produce un silencio bastante largo. Cada segundo que pasa sin que
hablemos es un terrible, pero no sé qué decir.

—Bueno, ¿qué querías?

Él se ríe.
—Mira que sos tonta, Colucci. ¿Qué te
parece si te llevo al colegio mañana?

—Bueno.

—A las siete y media.

—Bueno.

—Bueeno…

—Hasta mañana —añado, y cuelgo el teléfono.

A la mañana siguiente me despierto temprano y me dispongo a decidir qué ropa ponerme. Ahora que lo mío con Pablo es oficial, la gente se va a fijar en mí, así que tengo que ir bien vestida.

Cuando bajo la escalera a las siete y veinticinco, Taly está sentada a la
mesa de la cocina esperándome:
—¿Qué haces acá tan temprano? —le pregunto. Normalmente se va después de las ocho.

—Hoy me voy de excursión, así que tengo que llegar temprano al colegio, ¿no te acordas?

Veo al calendario en la heladera. Ahí está, escrito con mi letra: Excursión de Taly.
Tenía que llevarla yo, pero lo olvidé completamente.

—¿No puede llevarte la mamá de alguna de tus amigas?

—Es muy tarde. —Ella se pone nerviosa y está a punto de largar el llanto.—. ¡No puedo faltar hoy, Mía!

—Bueno, bueno. Ahora vienen a buscarme. No te preocupes. Vamos a esperar afuera.

—¿Quién es?

—Apurate.
Son más de las siete y media, y Pablo todavia no llega. Empiezo a estar
nerviosa, pero no quiero que Natalia se preocupe.
Decido que si no llega dentro de dos minutos exactos, voy a ir a casa de Manuel para que él lleve a Taly al colegio.

Justo entonces llega Pablo.
—Vamos, Taly.

—¿Quién es? —Escucho que susurra mientras me sigue de cerca.
Tiene las ventanillas bajas. Me acerco al lado del pasajero y meto la
cabeza.

—¿Te molesta si dejamos a mi hermana en la escuela? Tiene que llegar
temprano para una excursión —pregunto.

Él parece molesto.
—¿Por qué no lo me lo dijiste ayer?

—¡Ayer no lo sabía! —Detrás de mí, siento más que oigo los movimientos
inquietos de Nati.

—Esta bien. Suban —suspira.
Abro la puerta y entro. Dejo mi mochila en el suelo.

—Hola. ¿Cómo te llamas? —le pregunta él cuando subimos.
Taly duda. Esto ocurre cada vez con más frecuencia. Con la gente
nueva tiene que decidir si será Taly o Natalia.

—Natalia.

—Pero ¿todos te dicen Taly?

—Todos los que me conocen. Vos podes decirme Natalia. —contesta
ella.

A él se le iluminan los ojos y la observa admirado. Añade algo más pero Taly no le hace caso, aunque no deja de mirarlo de reojo.
Pablo produce este efecto en la gente.

A todos los chicos de los que me enamoré Donde viven las historias. Descúbrelo ahora