XXXI

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No vi a Manuel desde que me besó, pero esa noche, cuando llego a
casa de estudiar en la biblioteca, está sentado afuera de casa. Esperándome.

Las luces de la cocina están prendidas; papá está en casa. La luz de la habitación de Taly también está prendida. Preferiría seguir ignorando a Manuel, pero está acá, en mi casa.

—Hola, ¿puedo hablar con vos? —me pregunta.

Me siento a su lado y mantengo la mirada fija al frente, al otro lado de
la calle.
—Tenemos que decidir lo que vamos a hacer antes de que llegue Luna. Yo
tuve la culpa, así que debería decírselo yo.

Le lanzo una mirada de incredulidad.
—¿Contárselo? ¿Estás loco? No se lo vamos a contar a Luna porque no hay nada que contar.

—No quiero esconderle ningún secreto.

—¡Lo hubieras pensado antes! Y que quede claro, si alguien iba a contárselo, iba a ser yo. Soy su hermana. Vos sólo eras su novio, y ahora, ni eso…

Manuel tiene una expresión dolida en la cara.
—Nunca fui sólo el novio de Luna. Todo esto también se me hace raro a mí. Es que… desde que recibí esa carta… Da igual

—Decilo de una vez.

—Desde que recibí esa carta, las cosas entre nosotros dos fueron de mal en peor. No es justo. Tuviste la oportunidad de decir todo lo que
querías, y yo soy el que tiene que reconsiderar todos mis sentimientos
por vos. Tengo que ponerlos en orden. Me agarraste completamente desprevenido, y después vas y me dejas fuera de tu vida. Empezas a salir
con Pablo y dejas de ser mi amiga. Desde que recibí tu carta… No puedo dejar de pensar en vos —exhala.

No sé lo que esperaba que dijera, pero no era esto. Definitivamente, no
era esto.

—Manuel…

—Sé que no queres escucharlo, pero déjame decir lo que tengo que decir,
¿sí?

Me limito a asentir.

—No soporto que estés con Pablo. No lo soporto. No te merece. Lo siento mucho, pero es la verdad. En mi opinión, no va a haber nunca ningún
chico digno de ti. Y mucho menos yo. —Manuel baja la cabeza y luego la
levanta de repente otra vez. Me mira y añade—: Una vez, creo que fue hace dos veranos. Volvíamos de casa de alguien. Creo que de Nicolás.

Hacía calor, estaba anocheciendo. Yo estaba enojada porque el hermano mayor de Mike, había dicho que nos traería a casa, pero después se fue y no volvió, así que tuvimos que
caminar. Los pies me dolían una barbaridad.

En voz baja, dice:
—Estábamos vos y yo solos. Estuve a punto de besarte ese día. Lo pensé. Fue un impulso extraño. Quería saber cómo sería.

Mi corazón se detiene.
—¿Y entonces?

—Y entonces, no sé. Supongo que me olvidé de ello.

Suelto un suspiro.
—Siento que recibieras la carta. No debiste verla. No la escribí para que
la leyeras. Era sólo para mí.

—Quizá fue el destino. Quizá todo tenía que ocurrir así porque… porque
estamos hechos el uno para el otro.

Digo lo primero que me viene a la mente.
—No lo fue —y comprendo que es verdad.

Justo en este momento comprendo que no lo quiero, que hace un tiempo
que dejé de quererlo. Que quizá nunca lo quise. Porque está justo ahí, a
mi alcance. Podría besarlo. Podría ser mío. Pero no lo quiero. Quiero a
otro. Se hace raro haber pasado tanto tiempo deseando algo, a alguien,
y de repente, dejar de hacerlo.

—No se lo cuentes a Luna. Prometemelo, Manuel.

Él asiente a regañadientes.
—¿Hablaste con ella últimamente? —le pregunto.

—Sí, llamó la otra noche. Dice que quiere que nos veamos cuando vuelva a casa.

—Genial. —Le doy una palmadita en la rodilla y me apresuro a correr la mano—. Manuel, tenemos que actuar como antes. Como siempre. Si lo hacemos, todo va a salir bien.

«Todo va a salir bien». Me lo repito otra vez. Todos vamos a volver a donde
nos corresponde. Manuel y Luna. Yo. Pablo.

A todos los chicos de los que me enamoré Donde viven las historias. Descúbrelo ahora