XXXVIII

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El jacuzzi está detrás del hotel principal, escondido entre los árboles, sobre una plataforma de madera.
De camino al jacuzzi, me encuentro con chicos con el pelo mojado que se dirigen a sus habitaciones antes del toque de queda.
El toque de queda es a las once, y ya son menos cuarto. No falta mucho tiempo. Espero que Pablo siga
ahí fuera. No quiero perder el coraje.

Así que me apresuro y entonces lo
veo, solo en el jacuzzi, con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados.
—Hola —saludo, y mi voz resuena en el bosque.

Él abre los ojos de golpe.
—¡Mía! ¿Qué haces acá?

—Vine a verte.

Mi aliento forma nubes blancas. Empiezo a quitarme las botas. Me tiemblan las manos, y no es por el frío. Estoy nerviosa.
—¿Qué haces? —Él me está mira como si estuviese loca.

—¡Voy a entrar!
Temblando, me saco el abrigo y lo dejo en el banco. El agua echa vapor. Hundo los pies en el agua y me siento en el borde del jacuzzi. Es más caliente que un baño, pero resulta agradable. Él me sigue mirando con desconfianza. El corazón me late a lo loco y me cuesta mirarlo a los ojos. Nunca en mi vida había estado tan asustada.

—Lo que mencionaste antes… Me agarraste desprevenida y no supe qué
decir. Pero… bueno, vos también me gustas.

Sueno tan incierta y balbuceante que desearía poder empezar de cero y
decirlo con fluidez y seguridad. Vuelvo a intentarlo, esta vez con la voz
más alta.
—Me gustas, Pablo.

—No entiendo a las chicas. Cuando llego a la conclusión de que por fin
las comprendo, entonces… entonces…

—¿Entonces…? —Contengo la respiración. Espero a que hable. Estoy
muy nerviosa. No paro de tragar saliva, y el ruido que hago me resulta
insoportable. Incluso mi respiración suena ruidosa. Y mi pulso.

Me mira tan fijo que tiene las pupilas dilatadas.
—Entonces… no sé.

Creo que dejo de respirar cuando lo escucho decir «no sé». ¿Arruine todo? No puede haber terminado ahora que acabo de encontrar el valor. No puedo dejarlo pasar. El corazón me late a un millón de trillones de latidos por minuto a medida que me acerco a él.

Inclino la cabeza y aprieto mis labios contra los suyos, y siento su
estremecimiento de sorpresa. Y entonces me está besando. Y al principio estoy nerviosa, y entonces me
pone la mano en la nuca y me acaricia el pelo en un gesto tranquilizador, y ya no estoy tan nerviosa. Es una suerte que esté sentada porque me tiemblan las rodillas.

Tira de mí hasta que me sumerjo en el agua. No sabía que un beso pudiera ser algo tan maravilloso. Pablo me está sosteniendo la cara, besándome.
—¿Estás bien? —susurra. Su voz suena distinta: quebrada e insistente, y
también vulnerable. No suena como el Pablo que conozco; no suena seguro ni aburrido ni divertido. Tal como me está mirando, sé que haría cualquier cosa que le pidiera, y es un sentimiento extraño y poderoso.

Le rodeo el cuello con los brazos. Me gusta el olor del cloro en su piel.
Huele a piscina y a verano y a vacaciones. No es como en las películas.

Es mejor porque es real.

—Volve a tocarme el pelo —le digo, y las comisuras de sus labios se
levantan.

Me inclino y lo beso. Empieza a pasar los dedos por mi pelo y es tan agradable que soy incapaz de pensar. Es mejor que cuando me lavan el
pelo en la peluquería. Bajo las manos por su espalda y por su columna,
y se estremece y me abraza más fuerte.
Entre besos, él dice:
—Ya pasó el toque de queda. Tendriamos que volver.

—No quiero.

Lo único que deseo es quedarme y estar acá, con él, en este
momento.

—Yo tampoco, pero no quiero que te metas en un lío—dice. Parece tan preocupado que resulta enternecedor.

Le acaricio suavemente la mejilla con el dorso de la mano. Podría contemplarlo durante horas. Su rostro es tan hermoso…
Entonces me pongo de pie y estoy tiritando. Pablo sale del jacuzzi de un salto para agarrar su toalla y
la envuelve en torno a mis hombros. Después me da la mano y salgo. Me
castañetean los dientes. Empieza a secarme los brazos y las piernas con
la toalla. Me siento y me pongo las botas. Después me vuelvo a poner el abrigo y volvemos corriendo al hotel.

Antes de que él se vaya al lado de los chicos y yo al de las chicas, lo beso una vez más y me siento como si estuviese volando.

A todos los chicos de los que me enamoré Donde viven las historias. Descúbrelo ahora