XIII

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Siete de la mañana. Taly está tomando un batido de yogur y yo estoy acomodando mis cosas mientras espero a Pablo. Ella está esperando a que salga papá. Hoy la va a llevar él a la escuela.

Tenemos la mirada fija en la puerta cuando una camioneta entra en
la calle y se detiene delante de casa. Entorno los ojos. Es Pablo Bustamante.
Manejando una camioneta de color gris. Pablo saca la cabeza por la
ventana.
—¿Venis o no?

—¿Por qué vas en eso? —pregunta Taly.

—No importa, Natalia. Subí de una vez —responde él.

Ella y yo intercambiamos una mirada.
—¿Yo también? — pregunta ella.
Me encojo de hombros. Luego me inclino hacia atrás, abro la puerta y
grito:
—¡Taly viene conmigo, papá!

—¡Bueno!

Nos ponemos de pie y, en ese momento, la señorita Lopez, nuestra vecina, sale apurada vestida con un traje azul marino, el maletín en una mano y el café en la otra. Taly y yo nos miramos muertas de risa.
—Cinco, cuatro, tres…

Entre risas, corremos hasta Pablo. Yo me siento delante y ella atrás.
—¿De qué se ríen? —pregunta.

Estoy a punto de explicárselo cuando Manuel sale de su casa. Se detiene y
nos mira fijamente un segundo antes de saludarnos con la mano. Yo le
devuelvo el saludo y Nati saca la cabeza por la ventanilla y grita:
—¡Hola, Manu!

—¿Todo bien? —dice Peter, y se inclina hacia mí.

—Hola —responde él y entra en su auto.
Pablo me pellizca, sonríe de oreja a oreja y enciende el auto.

—Explíquenme de qué se reían.

—Al menos una vez a la semana, la señora Lopez sale corriendo
de su casa y se tira café caliente encima —le respondo.

—Es súpergracioso —añade mi hermana.

—Son unas sádicas —Ríe él.

—¿Qué quiere decir «sádicas»? —inquiere Taly mientras coloca la
cabeza entre los dos.

—Eso significa que ver sufrir a los demás te hace feliz.

—Ah. —Y repite para sí, con suavidad—: Sádico.

—No le enseñes cosas raras.

—Me gustan las cosas raras —protesta ella.

—¿Ves? A ella le gustan las cosas raras —dice él y, sin mirar atrás, levanta la mano para chocarla con Taly—. Eh, dame un poco de
eso que estás tomando.

—Casi no queda. Te lo podes terminar.

Taly se lo pasa a Pablo y éste inclina el envase de plástico sobre su boca.
—Está bueno.

—Es de la tienda de comida coreana —le explica ella—. Vienen en un
paquete y podes meterlos en el congelador y, si te lo llevas para comer, va a estar fresco cuando te lo tomes.

—Suena bien. Mia, traeme uno mañana por la mañana. A cambio de los servicios prestados.

Le lanzo una mirada asesina, y él se defiende:
—¡Me refiero a las vueltas en auto!

—Yo te lo traigo, Pablo —dice Nati.

—Ésa es mi chica.

—Siempre y cuando mañana también me lleves a la escuela —concluye ella, y él canta victoria.


                       ●●●●●●●●

Antes de mi cuarta clase estoy en el pasillo, buscando a Vico.

—Mía.

—¿Sí?
Me giro y veo a Máximo Cambert, uno de los cinco chicos.

—Esto me llegó hace unos días… No iba a decir nada, pero se me ocurrió que quizá lo querías.— Máximo me entrega un sobre de color rosa. Es mi carta. Así que él
también recibió la suya.

—Te estarás preguntando qué es todo esto —comienzo.— Es…, estooo…, la escribí hace mucho tiempo.

—No hace falta que me expliques nada.

—¿En serio? ¿No te da curiosidad?

—No. Fue muy lindo recibir una carta como ésa. Me siento halagado.

Suelto un suspiro de alivio y me apoyo en la pared. ¿Cómo puede ser
tan perfecto? Máximo siempre encuentra las palabras adecuadas.
—Pero… —Baja la voz—. Sabes que soy gay, ¿no?

—Ah, sí, claro —respondo, intentando no sonar decepcionada—. Lo sabía perfectamente.

Él sonríe.
—Qué bonita sos —replica, y vuelvo a animarme—. ¿Podrías no decírselo a nadie? A ver, salí del armario, pero no estoy del todo fuera. ¿Entendes?

—Entendido.

—Dejo que la gente piense lo que quiera. No creo que sea mi
responsabilidad explicarle a nadie.

Nos sonreímos y me invade la maravillosa sensación de que alguien me comprende. Los dos caminamos juntos en la misma dirección: él tiene
clase de inglés y yo de francés. Me pregunta por Pablo, y estoy
tentada de contarle la verdad porque me siento contenida. Pero Pablo y yo hicimos un pacto: acordamos de manera explícita que nunca
se lo contaríamos a nadie, y no quiero romperlo.

A todos los chicos de los que me enamoré Donde viven las historias. Descúbrelo ahora