XVIII: Celos

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Estamos de pie frente a la mansión de Rocco Fuentes Echagüe.
Rocco es del equipo de fútbol; se lo conoce sobre todo porque su padrastro tiene un avión privado.

-¿Preparada? -me pregunta Pablo.

Me seco las manos en los pantalones cortos. Ojalá hubiese tenido tiempo
de hacerme algo en el pelo.
-La verdad es que no.

-Vamos a discutir la estrategia un momento. Sólo tenes que actuar
como si estuvieses enamorada de mí. No puede ser muy difícil.

Pongo los ojos en blanco.
-Sos el chico más vanidoso que conocí en mi vida.

Él sonríe y se encoge de hombros. Tiene una mano en la puerta, pero se detiene.
-Espera -me dice, y me pasa las manos por el pelo y me lo peina, y yo le corro la mano. Entonces se saca el celular del bolsillo y me saca una foto.

Le ofrezco una mirada perpleja y explica:
-Por si Marizza me mira el celular.

Lo observo mientras sustituye el fondo de pantalla por mi foto.
-¿Podemos hacer otra? No me gusta cómo me quedó el pelo.

-No, a mí me gusta. Estás linda.

Seguro que lo dice para entrar rápido, pero me hace sentir bien.
Estoy entrando en una fiesta con Pablo Bustamante. No puedo evitar que
me invada una sensación de orgullo. Está acá conmigo. ¿O estoy yo
acá con él?

La veo en cuanto entramos. Está en el sillón con sus chicas, tomando de
vasos de plástico. No hay ningún novio a la vista. Arquea las cejas y le
susurra algo a Pilar Dunoff.

-Eeeh, Mía -dice Pilar-. Veni a sentarte con nosotras.

Me dirijo hacia ellas pensando que Pablo está a mi lado, pero no lo está.
Se detuvo para saludar a alguien. Lo miro con expresión de pánico,
pero hace un gesto para que siga adelante. Sus labios dibujan las
palabras «Te toca».

Cruzar sola la habitación es como cruzar todo un continente cuando
Marizza y sus amigas me están observando.
-Hola, chicas -les digo. No hay
espacio para mí, por lo que me siento en el reposabrazos. Mantengo la mirada fija en la espalda de Pablo. Está en la otra punta de la habitación con unos chicos del equipo. Debe ser agradable ser él. Tan relajado, tan cómodo en su propia piel, consciente de que los demás lo están esperando. «Pablo ya está acá. La fiesta al fin puede comenzar».
Le echo un vistazo a la habitación y veo a Tomás y a Guido. Me saludan, pero no se acercan. Siento que todo el mundo está observando y esperando, esperando y observando la reacción de
Marizza.
Desearía no haber venido.

Pilar se inclina hacia delante.
-Nos morimos de ganas por saber tu historia con Pablo.
Sé que ella le pidió que lo pregunte. Marizza está tomando de su vaso, más relajada imposible, pero a la espera de mi respuesta.

Me humedezco los labios.
-Lo que les haya contado Pablo... Ésa es la historia.

Pilar hace caso omiso, como si lo que haya contado él no sirviera.
-Queremos que nos lo expliques vos. ¿Cómo pasó? -Ella se inclina un poco más hacia mí, como si fuésemos amigas.

Cuando dudo y la miro de reojo, Marizza sonríe y pone los ojos en
blanco.
-No pasa nada. Se lo podes contar, Mía. Pablo y yo terminamos. No sé si te lo dijo, pero fui yo la que lo dejó.

-Eso es lo que dijo.

No es lo que dijo, pero es lo que ya sabía.

-¿Cuándo empezaron a salir? -Intenta sonar casual, pero sé que mi
respuesta es importante para ella. Está intentando agarrarme desprevenida.

Me aclaro la garganta.
-Justo antes de que empezaran las clases -le digo. ¿No es lo que
acordamos Pablo y yo?

A ella se le iluminan los ojos. Me
equivoqué, pero ya es demasiado tarde. Es el tipo de persona a la que queres gustarle porque sabes que puede ser mala; pero cuando te pone los ojos encima y te está prestando atención, deseas que dure.
En parte se debe a su belleza, pero hay algo más, algo que te atrae. Creo que es su transparencia. Lleva escrito en la cara todo lo que piensa o siente y, aunque no fuera así, lo diría igualmente, porque dice lo que piensa, sin pararse a pensarlo.

A todos los chicos de los que me enamoré Donde viven las historias. Descúbrelo ahora