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Me gusta guardar cosas. Cualquier cosa. Entre ellas, cartas de amor. De entre todas las cosas que guardo, se podría decir que mis cartas de amor son mi posesión más preciada.

Guardo mis cartas en una caja de color verde azulado que era de mi mamá. No son cartas que me hayan escrito; de ésas no tengo ninguna. Éstas son las que yo escribí. Hay una por cada chico de los que me enamoré: cinco en total.

Cuando escribo, me muestro tal como soy. Escribo como si él nunca fuese a leerla. Porque no lo hará nunca. Todos mis pensamientos secretos, todo lo que fui guardando en mi interior, escribo todo en la carta. Cuando termino, la sello, añado el destinatario y la guardo en la caja.

No son cartas de amor en el sentido más estricto de la palabra. Mis
cartas son para cuando ya no quiero seguir estando enamorada. Son una despedida.

Y si el amor es como
estar poseído, quizá mis cartas de amor sean como un exorcismo. Mis
cartas me liberan. O, al menos, es lo que se supone que deberían hacer.

A todos los chicos de los que me enamoré Donde viven las historias. Descúbrelo ahora