XXIII

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Cuando estacionamos delante de mi casa, Taly viene corriendo hasta el
auto.

—¡Spiderman! ¡¿Vas a entrar?! —grita mi hermana. Todavía tiene puesto el disfraz de ninja.

Miro a Pablo de reojo.
—No puede. Tiene que ir entrenar. —

—Puedo quedarme un rato —dice y se baja.

—¡Enseñémosle el baile!— Dice ella una vez estamos dentro

—Taly, no.
El baile es algo que se nos ocurrió a Luna y a mí una noche que estábamos aburridas hace unos cuantos veranos en la playa. Digamos que ninguna de las dos tiene mucho talento con las coreografías.
A Pablo se le iluminan los ojos. Aprovecha la menor oportunidad para
reírse; sobre todo si es a mi costa.

—Olvidate —le replico.

—Dale. Enseñame el baile. Porfa, porfa, porfa, enseñame el baile —me
suplica mientras hace caras tiernas.

—Eso no funciona conmigo.

—¿Qué es lo que no funciona?

Señalo su cara.
—Eso. Soy inmune a tus encantos, ¿te acordas?

Él arquea las cejas como si lo hubiera desafiado.
—¿Me estás retando? Porque te lo advierto, no queres tenerme de rival.

Durante unos segundos mantiene la mirada fija en mí, y siento que mi
sonrisa se desvanece y me pongo colorada.
—¡Vamos, Mía!

Parpadeo. Taly. Me había olvidado de que seguía en la habitación. Me
pongo de pie de golpe.

—Pone la música. Pablo nos desafió a una competición de baile.

Ella grita y corre. Las dos ocupamos nuestras posiciones, de
espaldas, con la cabeza baja y las manos agarradas detrás de la
espalda.

Cuando suena la música, nos volvemos de un salto. Bailamos y al terminar, Pablo no puede parar de reír. Aplaude y aplaude y patea el suelo.

Intento recuperar el aliento y me las arreglo para decir:
—Muy bien. Ahora te toca a vos, Bustamante.

— Taly, ¿me enseñas la coreografía?

Nati se siente tímida de repente. Se sienta sobre las manos, con la vista
baja y niega con la cabeza.

—Por favor…

Finalmente acepta. Creo que sólo quería hacerse rogar. Los miro mientras bailan durante toda la tarde, mi hermanita la ninja y mi novio de mentira el Spiderman.

Al principio, me hace reír, pero luego
me viene a la mente un pensamiento preocupante: no puedo permitir que ella se encariñe demasiado con Pablo. Esto sólo es temporal.

Taly lo mira como si fuese su héroe…
Cuando Pablo tiene que irse, lo acompaño hasta el auto. Antes de
que entre, le digo:
—Creo que no tendrías que venir más. Vas a confundir a Taly.

—¿Cómo que la voy a confundir? —dice él, frunciendo el ceño.

—Porque… Porque cuando… Cuando lo nuestro termine, te va a extrañar.

—La voy a seguir viendo por ahí. Quiero la custodia compartida —dice, pinchándome el estómago.

No hago más que pensar en lo paciente y cariñoso que fue con ella. Por un impulso, me pongo en puntas de pie y le doy un beso en el cachete, y él se echa para atrás, sorprendido.
—¿A qué viene eso?

—Por ser tan bueno con Taly.

Entonces me despido de él con la mano y entro corriendo en casa.

A todos los chicos de los que me enamoré Donde viven las historias. Descúbrelo ahora