XXX

22 1 0
                                    

Después de la tercera clase, Máximo me está esperando. Tiene una bolsa grande de Cheetos en la mano.
—Tengo que contarte una cosa —me dice, con la boca llena.

— ¿Qué tenes que
contarme?

Le robo unos cuantos Cheetos de la bolsa, pero él sigue dudando, así que añado:
—Máximo, no soporto que la gente me diga que tiene algo que contarme y
después no lo haga. Es como cuando dicen que saben un chiste divertidísimo. Apurate y contamelo, y voy a decidir por mí misma si es
divertidísimo o no.

Él se relame los labios.
—Bueno. Sabes que soy vecino de Marizza, ¿no? Anoche vi a Bustamante saliendo de su casa.

—Ah.

Eso es lo único que digo. Solamente «Ah».

—En otras circunstancias no le habría dado importancia, pero hay una cosa más. —Máximo se limpia la boca con el dorso de la mano— Ella y su nuevo novio cortaron el fin de semana. Sabes
lo que significa eso, ¿no?

—Sí… ¡Espera! ¿Qué?

Él me lanza una mirada medio compasiva y medio impaciente.
—¡Que va a intentar recuperar a Pablo, Mía!

—Claro. —Y siento una punzada nada más decirlo— Obviamente que lo va a hacer.

—No se lo permitas —me advierte.

—No lo voy a hacer—respondo, pero las palabras salen de mi boca como
gelatina, sin convicción alguna.

No me había dado cuenta hasta ahora, pero creo que estuve esperando
este momento desde el principio. El momento en que ella quisiera recuperar a Pablo. El momento en que él entendiera que todo esto no fue más que un desvío, y que llegó la
hora de regresar al camino original. A la persona a quien pertenece.

No tenía pensado contarle a Pablo que Manuel me había besado. De verdad que no. Pero entonces, mientras Máximo y yo caminamos juntos, lo
veo con Marizza al final del pasillo.

En clase de química le escribo una nota a Pablo.
Tenías razón sobre Manuel.

Le doy un golpecito en la espalda y le dejo la nota en la mano. Cuando la
lee, se pone derecho y escribe una respuesta.

Sé más específica.

Me besó.

Me avergüenza admitir que cuando Pablo se pone rígido, me siento un
poco justificada. Espero a que me responda, pero no lo hace. En cuanto
suena el timbre, se vuelve y dice:
—¿Qué mierda…? ¿Cómo pasó?

—Vino a ayudarnos con el árbol.

—¿Y después qué? ¿Te besó delante de Taly?

—¡No! Estábamos solos en casa.

Pablo parece enojado y empiezo a arrepentirme de haberlo contado.
—¿En qué mierda está pensando, besando a mi novia? Es ridículo. Le
voy a decir algo.

—Espera, ¿qué? ¡No!

—Tengo que hacerlo, Mía. No puedo dejar que se salga con la suya.

Me levanto y empiezo a agarrar mis cosas.
—Más te vale que no le digas nada, Pablo. Lo digo en serio.

Él me observa en silencio. Entonces pregunta:
—¿Le devolviste el beso?

—¿Eso qué importa?

Mi respuesta parece tomarlo por sorpresa.
—¿Estás enojada conmigo por algo?

—No. Pero lo voy a estar si le decis algo a Manuel.

—Bueno.

A todos los chicos de los que me enamoré Donde viven las historias. Descúbrelo ahora